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Mario%20Puzo%20-%20El%20Padrino

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instrucciones de Don Corleone, Hagen le había pedido que le concertara una<br />

entrevista con Jack Woltz, y que de paso le insinuara que si Hagen no salía<br />

satisfecho de la entrevista, podía producirse una huelga en su estudio. Una<br />

hora más tarde, Hagen recibió una llamada de Goff: la entrevista se celebraría<br />

a las diez de la mañana. Woltz había captado muy bien la indirecta sobre la<br />

posible huelga, pero en opinión de Goff, no se había impresionado demasiado.<br />

– Claro que para lo de la huelga –puntualizó Goff–, tendría que hablar yo<br />

personalmente con el Don.<br />

– No se preocupe. Si se diera el caso, sería el Don quien hablaría con usted.<br />

Al decir estas palabras, Hagen evitó hacer promesas. No se sorprendió en<br />

absoluto ante el hecho de que Goff se mostrara tan bien dispuesto a acatar los<br />

deseos del Don. El imperio familiar, técnicamente hablando, se limitaba al área<br />

de Nueva York, pero Don Corleone había empezado a conseguir su poder<br />

ayudando a los líderes de los sindicatos. Muchos de ellos le debían todavía<br />

grandes favores.<br />

Hagen consideraba un mal síntoma el hecho de que la cita fuera a las diez de<br />

la mañana. Significaba que sería la primera de las que Woltz concedería<br />

durante el día, y ello suponía, lógicamente, que el productor cinematográfico no<br />

pensaba invitarlo a almorzar. Seguro que Goff no había amenazado lo<br />

suficiente a Jack Woltz, probablemente debido a que figuraba en la nómina<br />

secreta del productor. A veces, se decía Hagen, el hecho de que el Don nunca<br />

diera la cara iba en detrimento de los negocios familiares, ya que su nombre<br />

nada significaba para la mayoría de la gente.<br />

Su análisis se demostró acertado. Woltz le tuvo esperando durante más de<br />

media hora. Hagen no lo tomó a mal. La sala de espera era lujosa y<br />

confortable, y en el sofá color ciruela que había frente al lugar donde estaba<br />

sentado esperaba la niña más bonita que recordaba haber visto en su vida. No<br />

tendría más de once o doce años, e iba vestida con la elegancia que otorga la<br />

sencillez, aunque con un estilo demasiado adulto, como una mujer hecha y<br />

derecha. Sus cabellos eran como el oro y sus ojos azules como el mar. En<br />

cuanto a su boca, recordaba una fresca y roja frambuesa. Iba acompañada de<br />

una mujer –su madre, sin duda–, cuya arrogante mirada hizo que Hagen<br />

sintiera deseos de pegarle un puñetazo en pleno rostro. La niña angelical y la<br />

madre monstruosa, pensó Hagen, devolviendo a la madre una fría mirada.<br />

Finalmente, una mujer de mediana edad exquisitamente vestida se acercó a<br />

Hagen para rogarle que la acompañara. Pasaron por un pasillo flanqueado de<br />

puertas –sin duda correspondientes a otras tantas oficinas–, y finalmente<br />

llegaron al despacho donde trabajaban los colaboradores directos del<br />

productor. Hagen quedó impresionado ante la belleza de las oficinas... y de las<br />

muchachas que en ellas trabajaban. Sonrió. Eran chicas que querían entrar en<br />

el mundo del cine y que de momento se conformaban con trabajos de oficina,<br />

aunque la mayoría tendría que seguir con el trabajo administrativo durante toda<br />

su vida, a menos que, desengañadas, regresaran a sus respectivas ciudades<br />

de origen. Jack Woltz era un hombre alto y corpulento, cuya barriga quedaba<br />

casi disimulada gracias a un traje de corte perfecto. Hagen conocía su historia.<br />

A los diez años de edad, trabajó en el East Side repartiendo barrilitos de

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