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Mario%20Puzo%20-%20El%20Padrino

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aceite de oliva. Pero ya sabes que mi familia, mi padre, sobre todo, tiene<br />

enemigos. Aunque no es probable, siempre existe la posibilidad de que te<br />

convirtieras en una viuda joven. Si nos casamos, no te contaré todo lo que<br />

ocurra diariamente en la oficina. Nunca te hablaré de mis negocios. Serás mi<br />

esposa, si me aceptas, naturalmente, pero no serás mi socio ¿comprendes?<br />

Por lo menos, no un socio con igualdad de derechos. Eso no podría ser.<br />

Kay se sentó en la cama. Encendió la lámpara de la mesilla de noche, se llevó<br />

un cigarrillo a los labios, se recostó en la almohada y dijo:<br />

– Me estás confesando que eres un gángster ¿no es cierto? Me estás<br />

confesando que eres responsable de la muerte de algunas personas, además<br />

de otras cosas casi tan horribles. Y me dices que no tengo derecho a<br />

preguntarte nada, que ni siquiera debo pensar en esas cosas. Es como en las<br />

películas de terror, cuando el monstruo le pide a la bella que se case con él.<br />

Michael hizo una mueca de disgusto, y entonces Kay, apenada, añadió:<br />

– Lo siento, Mike. Te prometo que al decir esto no pensaba en tu cara, te lo<br />

juro.<br />

– Lo sé –respondió Michael, riendo–. Incluso he llegado a acostumbrarme. Si<br />

no fuera por las molestias de la nariz...<br />

– Ahora soy yo la que te pide que hablemos en serio –dijo Kay–. Si nos<br />

casamos ¿qué clase de vida será la mía? ¿Como la de tu madre, como la de<br />

las demás esposas italianas? ¿Mi misión consistirá en tener hijos y cuidar de la<br />

casa? ¿Y si te ocurre algo? Porque supongo que siempre existirá el peligro de<br />

que te metan en la cárcel...<br />

– No, no es posible. Que me maten, sí puede ser; que me encierren, no.<br />

La seguridad de Michael hizo reír a Kay, que, entre orgullosa y divertida,<br />

preguntó:<br />

– ¿Cómo puedes estar tan seguro? Michael suspiró y replicó:<br />

– Esto forma parte de las cosas que no puedo ni quiero decirte.<br />

Kay permaneció en silencio durante un buen rato, hasta que, finalmente, dijo:<br />

– ¿Por qué quieres casarte conmigo, si ni siquiera te has molestado en<br />

telefonearme durante estos meses? ¿Tan buena soy en la cama?<br />

– Lo eres, desde luego, pero no es por eso por lo que quiero casarme contigo.<br />

Comprende que no tendría por qué hacerlo. Mira, no quiero que me respondas<br />

ahora. Seguiremos viéndonos. Puedes hablar del asunto con tus padres. Tengo<br />

entendido que tu padre es un hombre muy duro, a su manera. Escucha su<br />

consejo.<br />

– Todavía no me has dicho por qué quieres casarte conmigo – insistió Kay.<br />

Michael sacó un pañuelo blanco del cajón de la mesilla de noche, se sonó y<br />

dijo:

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