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Mario%20Puzo%20-%20El%20Padrino

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– Sí.<br />

– Eso significa que, gracias a Dios, ya se ha recuperado de sus heridas.<br />

Después de una breve pausa, Hagen emitió un “sí” muy suave, y seguidamente<br />

colgó el auricular.<br />

Bonasera sudaba a mares. Fue a su dormitorio y se cambió la camisa. Luego<br />

se lavó los dientes, pero no se afeitó ni se cambió la corbata. Telefoneó a la<br />

funeraria y dijo a su ayudante que se encargara de consolar a la familia del<br />

muerto de turno, indicándole además que utilizara la sala delantera. Le explicó<br />

que él estaría ocupado en la zona del laboratorio. Cuando el empleado empezó<br />

a hacerle preguntas, Bonasera le interrumpió y | le dijo que se limitara a hacer<br />

lo que le ordenaba.<br />

Se puso la chaqueta, y su esposa, que todavía estaba comiendo, lo miró<br />

sorprendida.<br />

Amerigo le dijo, por toda explicación:<br />

– Tengo trabajo.<br />

La mujer, al ver la expresión de su cara, no se atrevió a hacerle preguntas.<br />

Bonasera salió de su casa y echó a andar en dirección a la funeraria.<br />

El edificio estaba rodeado de una cerca. Un estrecho camino, destinado al paso<br />

de ambulancias y coches fúnebres, conectaba la calle con la parte trasera del<br />

inmueble. Hacia allí se dirigió Bonasera, y mientras lo hacía vio a un grupo de<br />

gente que entraba por la puerta principal. Eran los familiares y amigos del<br />

muerto del día.<br />

Muchos años atrás, cuando Bonasera había comprado el edificio a un colega<br />

que pensaba retirarse, la gente tenía que subir diez escalones para entrar en la<br />

funeraria. Esto había supuesto un problema considerable. Los deudos que<br />

querían ver por última vez al muerto, encontraban incómodo tener que subir por<br />

los escalones, sobre todo si se trataba de personas de edad avanzada. El<br />

anterior propietario los hacía subir en el montacargas destinado a los ataúdes y<br />

cadáveres. Descendía hasta el sótano para luego subir hasta la funeraria<br />

propiamente dicha, de modo que los deudos tenían que soportar unos<br />

momentos muy desagradables. Luego, cuando el dolorido anciano o la<br />

desesperada mujer querían marcharse, el montacargas lo llevaba hasta la<br />

planta baja, con lo que la penosa escena se repetía.<br />

Amerigo Bonasera decidió que el sistema era inadecuado. Hizo quitar los<br />

escalones y en su lugar mandó construir un sendero inclinado, con lo que<br />

solucionó el problema. El montacargas lo destinó exclusivamente al traslado de<br />

los ataúdes y cadáveres.<br />

En la parte posterior del edificio, separada del resto por una puerta a prueba de<br />

ruido, se hallaban el despacho, el almacén de ataúdes y el pequeño<br />

laboratorio. Bonasera fue al despacho, se sentó detrás de la mesa y, aunque<br />

casi nunca fumaba en el interior del edificio, encendió un Camel y se dispuso a<br />

esperar a Don Corleone.

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