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Mario%20Puzo%20-%20El%20Padrino

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Don Tommasino añadió:<br />

– Fabrizzio ha desaparecido. Escucha, Michael. Has estado inconsciente<br />

durante casi una semana. ¿Comprendes? Todos piensan que has muerto.<br />

Ahora, pues, es cuando más seguro estás. Ya no se preocuparán de ti. Informé<br />

de inmediato a tu padre, y acabo de recibir sus instrucciones. No tardarás en<br />

regresar a América. Entretanto, descansarás aquí. Estás en plena montaña, en<br />

una granja de mi propiedad. Los de Palermo han hecho las paces conmigo,<br />

ahora que suponen que has muerto, lo que demuestra que era a ti a quien<br />

perseguían. Querían acabar contigo, pero haciendo creer a todo el mundo que<br />

la presa era yo. He pensado que debías estar informado de la situación. En<br />

cuanto a todo lo demás, déjalo de mi cuenta. Tú limítate a permanecer tranquilo<br />

y a recuperarte.<br />

De pronto, Michael lo recordó todo. Sabía que su esposa había muerto, al igual<br />

que Calo. Pensó en la vieja criada. No podía acordarse de si había salido con<br />

él de la cocina.<br />

– ¿Y Filomena? –murmuró.<br />

– No le pasó nada –respondió Don Tommasino–. Sólo le sangró un poco la<br />

nariz, debido a la explosión. No te preocupes por ella.<br />

– Diga a sus pastores que el que me entregue a Fabrizzio será dueño de las<br />

mejores tierras de Sicilia –indicó Michael.<br />

Don Tommasino y el doctor Taza soltaron un suspiro de alivio. El primero cogió<br />

un vaso que estaba sobre una mesilla de noche y bebió un trago. El licor debía<br />

de ser muy fuerte, pues Don Tommasino sacudió la cabeza y se estremeció. El<br />

doctor Taza, en tono de resignación, dijo a Michael:<br />

– Eres viudo, muchacho. Y eso es raro en Sicilia.<br />

Tal vez había pensado que el “honor” que suponía ser uno de los pocos viudos<br />

de la isla le serviría de consuelo.<br />

Con un movimiento de la mano, Michael indicó a Don Tommasino que se<br />

acercara. El Don se sentó en la cama y aproximó el oído a la boca de Michael.<br />

– Diga a mi padre que quiero regresar a casa – susurró Michael–. Y dígale<br />

también que quiero ser su hijo.<br />

Pero debería pasar otro mes antes de que Michael se recobrara de sus<br />

heridas, y otros dos antes de que todos los papeles estuvieran listos. Sólo<br />

entonces fue en avión de Palermo a Roma y de Roma a Nueva York. Habían<br />

pasado tres meses, y seguía sin saberse nada de Fabrizzio.

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