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Mario%20Puzo%20-%20El%20Padrino

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ojos un brillo de terror animal. A Amerigo le resultaba muy doloroso ver el<br />

cambio que se había operado en ella. Por eso la habían enviado a Boston. Tal<br />

vez allí volviera a ser la de antes. Las heridas físicas habían sanado; las<br />

morales también sanarían. Lo único definitivo era la muerte. Y su trabajo había<br />

hecho de él un optimista.<br />

En cuanto hubo terminado su café, sonó el teléfono. Cuando él estaba en casa<br />

su esposa nunca contestaba al teléfono, por lo que, después de apagar el<br />

cigarrillo, se levantó y se dirigió a la sala de estar, donde se encontraba el<br />

aparato. Mientras atravesaba el corredor, se aflojó la corbata y empezó a<br />

desabrocharse la camisa como hacía siempre antes de tomar la siesta. Luego<br />

descolgó el auricular y dijo, en tono cortés:<br />

– ¿Sí?<br />

La voz del otro extremo del hilo era áspera y dura.<br />

– Soy Tom Hagen. Lo llamo de parte de Don Corleone.<br />

Amerigo Bonasera sintió que el café pugnaba por subírsele del estómago a la<br />

boca. Hacía un año que estaba en deuda con Don Corleone, concretamente<br />

desde el día en que éste había castigado a los agresores de su hija. Y sabía<br />

que era una deuda que, tarde o temprano, tendría que pagar. Un año antes, al<br />

ver los ensangrentados rostros de los dos rufianes, hubiera hecho cualquier<br />

cosa por el Don. Pero el tiempo hace estragos en la gratitud, aún más que en la<br />

belleza. Ahora Amerigo Bonasera se sentía al borde del desastre.<br />

– Sí, comprendo. Le estoy escuchando –dijo con voz temblorosa.<br />

Le sorprendió la frialdad de la voz de Hagen. A pesar de no ser italiano, el<br />

consiguen siempre se había mostrado como un hombre cortés. ¿Por qué de<br />

pronto parecía tan brusco?<br />

– Usted de debe un favor al Don –le dijo Hagen–. El está seguro de que querrá<br />

pagárselo. Es más, está convencido de que le encantará tener la oportunidad<br />

de hacerlo. Dentro de una hora, no antes, irá a su funeraria. Le pedirá ayuda.<br />

Usted estará allí para recibirlo. Procure que no haya nadie más. De ser<br />

necesario, mande a sus empleados a casa. Si tiene algo que objetar, dígamelo,<br />

para que pueda informar al Don. Dispone de otros amigos a los que pedirle<br />

este favor.<br />

– ¿Cómo voy a negarme a hacerle un favor al Padrino? –dijo Bonasera,<br />

aterrorizado–. Haré cualquier cosa que me pida, desde luego. No he olvidado<br />

mi deuda. Ya mismo salgo para la funeraria.<br />

– Gracias –repuso en tono más amable, aunque todavía con una nota extraña–<br />

. El Don nunca ha dudado de usted. Lo de si tenía algo que objetar ha sido<br />

cosa mía. Si complace usted al Don esta noche, podrá contar conmigo siempre<br />

que me necesite; se habrá ganado usted mi amistad.<br />

Esto asustó todavía más a Amerigo Bonasera, que preguntó, inquieto:<br />

– ¿Es que vendrá el Don en persona?

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