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Mario%20Puzo%20-%20El%20Padrino

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no quiero causarle a usted ningún problema y dejaré que vengan conmigo el<br />

domingo. Pero si quiero casarme, me casaré. Convendrá usted conmigo en<br />

que, si no le permito a él inmiscuirse en mi vida privada, sería insultante,<br />

insultante para mi padre quiero decir, que se lo permitiera a usted.<br />

– Muy bien, pues –dijo el “capomafia”–. Pero que sea casamiento. Sé lo que es<br />

el rayo, ese rayo. Ten en cuenta que ella es una buena muchacha, y que su<br />

familia es muy respetable. Si la deshonras, su padre intentará matarte.<br />

Conozco muy bien a la familia ¿sabes?<br />

– Tal vez la muchacha no me encuentre de su gusto. Es muy joven, y puede<br />

pensar que soy demasiado mayor para ella.<br />

Al ver que Don Tommasino y el doctor Taza sonreían, Michael añadió:<br />

– Otra cosa: necesitaré algún dinero para hacerle un regalo, y también me hará<br />

falta un automóvil.<br />

– Fabrizzio se ocupará de eso –repuso Don Tommasino–. Es un muchacho<br />

muy listo; en la Marina le enseñaron mecánica. Por la mañana te daré algún<br />

dinero, y luego me ocuparé de informar a tu padre de lo que está sucediendo.<br />

Tengo la obligación de hacerlo.<br />

Michael estaba satisfecho. Al cabo de un instante, le preguntó al doctor Taza:<br />

– ¿Tiene usted algo para evitar que de mi nariz salgan mocos continuamente?<br />

Sospecho que a la muchacha no le gustaría ver que no paro de sonarme.<br />

– Te daré unas gotas antes de que vayas a verla. Se te adormecerá un poco la<br />

cara, pero no te preocupes; no creo que vayas a besarla en vuestra primera<br />

cita. De todos modos, el efecto será pasajero.<br />

Dichas estas palabras, el doctor Taza y Don Tommasino esbozaron una<br />

sonrisa socarrona.<br />

El domingo siguiente, Michael dispuso de un Alfa– Romeo, destartalado pero<br />

con el motor en buenas condiciones. Unos días antes había ido en autobús a<br />

Palermo a fin de comprar regalos para la muchacha y su familia. Se había<br />

enterado de que se llamaba Apollonia, y todas las noches soñaba con su<br />

hermosa cara y su bonito nombre. Para conciliar el sueño, Michael tenía que<br />

beber mucho vino, hasta el punto de que las criadas de la casa habían recibido<br />

órdenes de procurar que en la mesilla de noche del americano nunca faltara<br />

una botella llena. A la mañana siguiente, la botella estaba vacía. Mientras todas<br />

las campanas de Sicilia convocaban a los fieles, Michael se puso al volante del<br />

Alfa– Romeo y se dirigió al pueblo, donde aparcó el automóvil frente al café.<br />

Calo y Fabrizzio estaban en el asiento trasero con sus lupare, y Michael les dijo<br />

que esperaran en el local, que no era necesario que lo acompañaran a la casa<br />

de la chica. El café se encontraba cerrado, pero Vitelli estaba esperándolos,<br />

apoyado contra la barandilla de la desierta terraza.<br />

Se dieron la mano y luego Michael cogió los tres paquetes con los regalos y<br />

echó a andar colina arriba en dirección a la casa de Vitelli. Cuando él y Vitelli

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