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Mario%20Puzo%20-%20El%20Padrino

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– Seguramente conoce usted a todas las muchachas del pueblo. Hace un rato,<br />

por la carretera, vimos un grupo de chicas muy bonitas.<br />

Señaló a Michael y añadió:<br />

– Una de ellas ha impresionado a nuestro amigo.<br />

El dueño del café miró fijamente a Michael. Su cara le había parecido muy<br />

vulgar, indigna de contemplarla por segunda vez. Pero un hombre atacado por<br />

el rayo era otra cosa.<br />

– Será mejor que se lleve algunas botellas de mi vino a su casa. Beber le<br />

ayudará a conciliar el sueño.<br />

Michael preguntó al hombre:<br />

– ¿Conoce usted a una muchacha de cabello rizado? Es muy morena y tiene<br />

los ojos grandes y negros. ¿Vive en este pueblo alguna muchacha como la que<br />

acabo de describir?<br />

En tono cortés, pero gélido, el hombre respondió:<br />

– No, no la conozco – y a continuación entró en el café.<br />

Los tres hombres bebieron lentamente, y cuando hubieron terminado la jarra,<br />

pidieron otra. Pero el dueño del café no se presentó a servirles. Fabrizzio entró<br />

en el local. Cuando regresó hizo una mueca y dijo a Michael:<br />

– Lo que me figuraba. Se trata de su hija. Y ahora el hombre está pensando en<br />

cómo hacernos una trastada. Me parece que lo mejor será que nos vayamos a<br />

Corleone.<br />

A pesar de los meses que llevaba en la isla, Michael no había podido<br />

acostumbrarse a la susceptibilidad de sus pobladores en asuntos sexuales, y el<br />

caso del propietario del café era muy extremado, aun para un siciliano. Pero los<br />

dos pastores parecían considerar el asunto de forma diferente de como lo<br />

hacía Michael.<br />

– El viejo cabrón ha dicho que tiene dos hijos –añadió Fabrizzio, que ya se<br />

había puesto de pie, así como su compañero–, dos tipos duros dispuestos a<br />

obedecer ciegamente a su padre.<br />

Michael le dirigió una fría mirada. Hasta entonces había sido un joven tranquilo<br />

y amable, un típico americano, pero todos sabían que algo muy viril había<br />

hecho, puesto que se ocultaba en Sicilia. Esa era la primera vez que los dos<br />

pastores veían la gélida mirada de un Corleone. Don Tommasino, que conocía<br />

la historia y la identidad de Michael, lo trató desde el primer momento como a<br />

un “hombre de respeto”; pero aquellos rústicos pastores se habían formado su<br />

propia y particular opinión sobre el “refugiado”, y ésta no era muy elevada, por<br />

cierto. La frialdad de la mirada de Michael, la palidez de su cara, borraron<br />

instantáneamente la familiaridad con que ambos hombres le habían tratado<br />

hasta entonces.

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