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Mario%20Puzo%20-%20El%20Padrino

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– Deja de dramatizar, Kay. No olvides que el muchacho ha sido educado en<br />

Dartmouth. Es imposible que esté complicado en algo tan sórdido.<br />

– ¿Cómo sabes que Mike ha estado en Dartmouth? –preguntó Kay,<br />

sorprendida.<br />

– Vosotros, los jóvenes, pensáis que sois muy listos. Lo hemos sabido desde el<br />

principio, pero no podíamos decírtelo mientras tú no nos hablaras de ello.<br />

– Pero ¿cómo lo supisteis? –insistió Kay. No se atrevía a mirar a su padre,<br />

ahora que éste sabía que ella y Mike habían dormido juntos. Por ello no pudo<br />

ver su sonrisa al decir:<br />

– Muy sencillo. Abrimos tus cartas.<br />

Kay estaba horrorizada y furiosa. Lo miró a los ojos. Lo que él había hecho era<br />

aún más vergonzoso que el pecado de ella. Nunca hubiera podido creer algo<br />

así de un hombre como su padre.<br />

– Dime que no es cierto. No puedo creerlo de vosotros, papá.<br />

El señor Adams sonrió beatíficamente y dijo:<br />

– Sí, consideré qué pecado sería mayor, si abrir tu correo o ignorar cualquier<br />

posible mal paso tuyo. Y la elección fue sencilla, además de virtuosa.<br />

– Después de todo, hija mía – intervino la señora Adams–, eres terriblemente<br />

inocente para tu edad. Teníamos que estar enterados. Y tú nunca nos dijiste<br />

una sola palabra.<br />

Por primera vez Kay se alegró de que Michael nunca hubiera sido muy<br />

afectuoso en sus cartas, y se alegró también de que sus padres no hubieran<br />

visto algunas de las cartas que ella le había escrito.<br />

– Si no os hablé de él fue porque creí que no os gustaría su familia –se justificó<br />

Kay.<br />

– Y no nos gusta –dijo el señor Adams, medio en broma–. Dime Kay ¿has<br />

sabido algo de él últimamente?<br />

– No. Y estoy segura de que no ha hecho nada malo.<br />

Vio que sus padres cambiaban una mirada de complicidad. Luego, el señor<br />

Adams dijo, amable como siempre:<br />

– Si no es culpable y ha desaparecido, entonces cabe la posibilidad de que le<br />

haya ocurrido algo.<br />

De momento, Kay no comprendió. Luego se levantó de la mesa y corrió a su<br />

habitación.<br />

Tres días después, Kay Adams bajó de un taxi ante la alameda de los<br />

Corleone, en Long Beach. Había telefoneado anunciando su visita. Salió a<br />

recibirla Tom Hagen, lo que la decepcionó, pues sabía que Hagen no le diría<br />

nada.

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