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Mario%20Puzo%20-%20El%20Padrino

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Michael Corleone pasó la mayor parte del día en la biblioteca en compañía de<br />

Kay, Tom Hagen y Freddie. Recibía muchas visitas, pues todos querían<br />

expresarle su condolencia. Michael los recibió a todos con suma cortesía, aun<br />

a aquellos que se le dirigieron a él llamándolo Padrino o Don Michael. Kay fue<br />

la única en darse cuenta de que en el rostro de su esposo aparecía, cada vez<br />

que lo llamaban de cualquiera de esas formas, una leve expresión de disgusto.<br />

Clemenza y Tessio se unieron al pequeño grupo de íntimos, y Michael les sirvió<br />

personalmente algo de beber. Se habló algo, no mucho, de negocios. Michael<br />

les informó que la finca y todas sus casas serían vendidas a una inmobiliaria. El<br />

beneficio sería enorme, lo que demostraba el genio del gran Don.<br />

Todos comprendieron que el imperio Corleone no tardaría en trasladarse al<br />

Oeste, que la Familia liquidaría su poder en Nueva York, y que ésta decisión se<br />

había demorado hasta el retiro o la muerte del Padrino.<br />

Hacía casi diez años que en la casa no reunía tanta gente, desde la boda de<br />

Constanzia Corleone y Carlo Rizzi, recordó alguien. Michael se acercó a la<br />

ventana, dirigió la mirada hacia el jardín, y pensó que mucho tiempo atrás<br />

había pasado largos ratos en él, en compañía de Kay, sin sospechar siquiera<br />

cuan curioso sería su destino. Y su padre, en sus últimos momentos, había<br />

dicho: “¡Es tan hermosa la vida!”. Michael nunca había oído a Don Corleone<br />

pronunciar ni una sola palabra relacionada con la muerte. Debía de respetarla<br />

demasiado para filosofar acerca de la misma.<br />

Llegó el momento de ir al cementerio, el momento de enterrar al gran Don. Del<br />

brazo de Kay, Michael salió al jardín y se unió a los que acompañarían el<br />

cadáver hasta el cementerio. Detrás de él iban los caporegimi, seguidos de sus<br />

hombres, y luego toda la gente humilde a la que el Padrino había ayudado en<br />

el curso de su vida. El panadero Nazorine, la viuda Colombo y sus hijos e<br />

infinidad de personas a las que el Don había mandado con firmeza y justicia.<br />

Estaban presentes, incluso, algunos que habían sido sus enemigos, pero que<br />

ahora querían rendirle un tributo postumo.<br />

Michael lo observaba todo con una sonrisa hermética. El largo cortejo no le<br />

impresionaba, pero pensaba que si podía morir diciendo: “¡Es tan hermosa la<br />

vida!”, se sentiría muy satisfecho. Estaba decidido a seguir los pasos de su<br />

padre. Lucharía por sus hijos, por su familia, por su mundo. Pero sus hijos<br />

crecerían en un mundo diferente. Serían médicos, artistas, científicos.<br />

Gobernadores. Presidentes. Lo que quisieran. Procuraría que se integraran en<br />

la sociedad, pero él, padre poderoso y prudente, procuraría no perder de vista<br />

a esa sociedad.<br />

A la mañana siguiente, los miembros más importantes de la familia Corleone se<br />

reunieron en la finca. Fueron recibidos por Michael Corleone. Llenaban casi por<br />

completo la espaciosa biblioteca. Estaban los dos caporegimi, Clemenza y<br />

Tessio; Rocco Lampone, con su aire de hombre razonable y eficiente; Carlo<br />

Rizzi, muy tranquilo, como si no le cupiese duda de cuál era su lugar; Tom<br />

Hagen, que había abandonado su papel, estrictamente legal, para prestar su<br />

concurso a la resolución de la crisis; Albert Neri, que siempre trataba de<br />

permanecer lo más cerca posible de Michael, encendiéndole el cigarrillo,

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