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Mario%20Puzo%20-%20El%20Padrino

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tierra. Nadie le impediría poseer a aquella muchacha, nadie le impediría<br />

mantenerla prisionera para evitar que otro hombre pudiera mirarla siquiera.<br />

Cuando ella sonrió a uno de sus hermanos, Michael dirigió a éste una mirada<br />

asesina. La familia se dio cuenta de que se trataba del clásico “rayo”. Aquel<br />

joven sería, hasta que se casaran, un juguete en manos de Apollonia. Luego<br />

las cosas cambiarían, por supuesto, pero no importaba.<br />

Michael se había comprado algo de ropa en Palermo, por lo que ya no tenía<br />

aspecto de campesino. Saltaba a la vista, pensaron todos, que aquel joven era<br />

un Don. La herida de su cara no le daba un aspecto tan desagradable como él<br />

creía. Habida cuenta de que la otra parte del rostro era muy agradable, su<br />

deformación podía incluso pasar por interesante. Además, Sicilia era una tierra<br />

en la que esa clase de defectos eran tan corrientes, que, salvo en casos<br />

exagerados, pasaban prácticamente inadvertidos.<br />

Michael miró fijamente a la muchacha. Sus labios, ahora se daba cuenta, eran<br />

morados; tan oscura era la sangre que corría por su interior.<br />

Sin atreverse a pronunciar su nombre, Michael dijo a Apollonia:<br />

– El otro día te vi en el naranjal, mientras corrías.<br />

Espero no haberte asustado.<br />

Ella lo miró por una fracción de segundo. En respuesta a la pregunta de<br />

Michael, hizo un gesto de negación con la cabeza. Michael no pudo resistir el<br />

encanto de aquella breve mirada.<br />

– Dirige la palabra al pobre muchacho, Apollonia – la reconvino la madre con<br />

aspereza–. Ha recorrido muchos kilómetros para venir a verte.<br />

La muchacha, sin embargo, seguía con los ojos fijos en el suelo. Entonces<br />

Michael le entregó el paquete envuelto en papel dorado, y ella se lo puso en el<br />

regazo.<br />

– Ábrelo, muchacha –dijo el padre.<br />

Pero las manos de Apollonia permanecieron inmóviles. Eran pequeñas y<br />

morenas, juguetonas. La madre, impaciente, tomó el paquete y lo abrió<br />

procurando no estropear el delicado papel. Al ver el estuche de fino terciopelo<br />

rojo se le cortó la respiración, pues “nunca había tenido en sus manos nada tan<br />

lujoso y, además, no sabía cómo abrirla. Finalmente, por puro instinto, lo<br />

consiguió, y entre sus dedos apareció el regalo de Michael.<br />

Era una cadenita de oro. La familia estaba boquiabierta, no sólo por el enorme<br />

valor de la joya, sino porque cuando un hombre regalaba un objeto de oro,<br />

demostraba que sus intenciones eran serias, muy serias. Con su obsequio,<br />

aquel joven acababa de hacer una proposición matrimonial, o, en cualquier<br />

caso, tenía intención de hacerla. Ya no existían dudas acerca de la seriedad<br />

del forastero. Su regalo no podía ser tomado a broma.<br />

Apollonia aún no había tocado el regalo. Su madre se lo enseñó, pero ella no<br />

pareció hacerlo caso, sino que miró a Michael y dijo:

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