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Mario%20Puzo%20-%20El%20Padrino

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El doctor Taza medía un metro ochenta, por lo que era alto para tratarse de un<br />

siciliano, y tenía las mejillas coloradas y el cabello blanco. A pesar de su edad,<br />

iba a Palermo una vez a la semana para presentar sus respetos a las más<br />

jóvenes prostitutas de la ciudad. El otro vicio del doctor Taza era la lectura.<br />

Leía cuanto papel caía en sus manos, y luego hablaba de lo que había leído a<br />

sus conciudadanos, todos ellos campesinos y pastores analfabetos. Tal vez por<br />

eso, la gente decía que el doctor estaba loco. ¿Qué tenían que ver los libros<br />

con ellos?<br />

Por las noches, el doctor Taza, Don Tommasino y Michael solían sentarse en el<br />

vasto jardín poblado de aquellas estatuas de mármol que en Sicilia parecían<br />

crecer tan mágicamente como los racimos de uvas. El doctor Taza gustaba de<br />

contar viejas historias de la Mafia, y Michael lo escuchaba con gran atención. A<br />

veces, cuando el fuerte vino y el agradable ambiente del jardín hacían efecto<br />

en él, Don Tommasino refería alguna de sus experiencias. El doctor era la<br />

leyenda; el Don, la realidad.<br />

En el antiguo jardín Michael Corleone aprendió a conocer las raíces que habían<br />

alimentado los primeros años de su padre. Supo que la palabra “Mafia” había<br />

significado, en su origen, “lugar de refugio”, y que luego que se convirtió en el<br />

nombre de una organización secreta creada para luchar contra los poderosos<br />

que durante siglos habían manejado a su antojo el país y a sus gentes. Sicilia<br />

era una tierra que había sido más maltratada que cualquier otra del mundo. La<br />

Inquisición había torturado a ricos y a pobres. Los ricos terratenientes y la<br />

numerosa secuela de sus servidores habían ejercido un poder absoluto sobre<br />

granjeros y pastores, y la policía no era sino un instrumento de aquéllos (hasta<br />

el punto de que la misma palabra “policía” aún constituía el peor insulto que un<br />

siciliano podía dirigir a otro).<br />

Los pobres habían aprendido a no demostrar su cólera y su odio, por miedo a<br />

ser aplastados por aquella autoridad salvaje y omnipotente. Habían aprendido<br />

a no proferir amenazas, pues de hacerlo las represalias hubiesen sido<br />

inmediatas y terribles. Habían aprendido que la sociedad era su enemiga, y por<br />

ello, cuando querían justicia a causa de alguna ofensa o agravio, acudían a la<br />

organización secreta, la Mafia. Y la Mafia había cimentado su poder<br />

estableciendo la ley del silencio, la “omertà”. En el interior de Sicilia, si un<br />

extraño preguntaba el camino para ir a una localidad próxima, ni siquiera<br />

recibía respuesta. Y el peor crimen que un miembro de la Mafia podía cometer<br />

era el de decir a la policía el nombre de la persona que había disparado contra<br />

él o el de quien le había causado cualquier perjuicio. La “omertà” se convirtió<br />

en la religión de la gente. Una mujer cuyo marido había sido asesinado no diría<br />

a la policía el nombre del asesino de su esposo, ni el del que había matado a<br />

su hijo, ni tampoco el del raptor de su hija.<br />

Las autoridades nunca les habían dado la justicia solicitada, y en consecuencia<br />

las gentes acudían a aquella especie de Robin Hood que era la Mafia. Y la<br />

Mafia seguía, hasta cierto punto, desempeñando este papel. Ante cualquier<br />

emergencia, a quien se pedía ayuda era al “capomafia” local. Él era su previsor<br />

social, su capitán, su protector.<br />

Pero lo que el doctor Taza no dijo, lo que Michael aprendió por sí solo en el<br />

curso de los meses siguientes, era que la Mafia siciliana se había convertido en

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