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Mario%20Puzo%20-%20El%20Padrino

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30<br />

Albert Neri estaba en su apartamento, situado en el Bronx, muy concentrado en<br />

cepillar el uniforme de su época de policía. Sacó la placa y la puso sobre la<br />

mesa para limpiarla. La pistolera y el arma estaban encima de una silla. Aquella<br />

vieja rutina de limpiar, cepillar y abrillantar le hizo sentirse extrañamente feliz.<br />

En realidad, ésa era una de las pocas veces en que se había sentido feliz<br />

desde que su esposa lo abandonó, casi dos años atrás.<br />

Se había casado con Rita cuando ésta aún asistía al instituto y él era un policía<br />

novato. Se trataba de una muchacha tímida, morena, y procedía de una familia<br />

chapada a la antigua. Sus padres no le permitían regresar a casa más tarde de<br />

las diez de la noche. Neri estaba perdidamente enamorado de ella, de su<br />

inocencia, de su virtud y de su belleza.<br />

Al principio, Rita se sentía fascinada por su marido. Era muy fuerte, y ella se<br />

daba cuenta de que la gente le tenía miedo, tanto por su poderío físico, como<br />

por su recto concepto del deber. Claro que le faltaba diplomacia; si no estaba<br />

de acuerdo con una actitud colectiva o con una opinión individual, o bien se<br />

callaba, o bien expresaba brutalmente su desacuerdo Su temperamento era<br />

verdaderamente siciliano, y sus ataques de furia, terribles. Pero nunca se<br />

mostraba irritado con su esposa.<br />

En el espacio de cinco años, Neri se convirtió en uno de los agentes más<br />

temidos de la fuerza policial de la ciudad de Nueva York. Y también en uno de<br />

los más honrados. Pero tenía su sistema propio de hacer cumplir con la ley.<br />

Odiaba a los gamberros, y cuando veía a un grupo de chicos que, reunidos por<br />

la noche en alguna esquina, se dedicaban a molestar a la gente que pasaba,<br />

entraba decididamente en acción. Empleaba contra ellos su extraordinaria<br />

fuerza física, una fuerza que ni él mismo apreciaba en toda su magnitud.<br />

Una noche, en la parte oeste del Central Park, saltó del coche patrulla y se<br />

enfrentó con seis jóvenes vestidos con chaqueta de seda negra. El compañero<br />

de Neri, que conocía muy bien a éste, prefirió no intervenir y permaneció dentro<br />

del coche. Los seis chicos, todos entre los dieciocho y los veinte años, habían<br />

estado pidiendo cigarrillos a la gente, de forma amenazadora, aunque en<br />

realidad sin hacer daño á nadie. También habían estado molestando a las<br />

muchachas que pasaban, haciéndoles gestos obscenos.<br />

Neri los obligó a ponerse de cara a la pared que hacía de frontera entre el<br />

Central Park y la Octava Avenida. Aún no era totalmente de noche, pero Neri<br />

llevaba su arma favorita, una enorme linterna. Nunca se molestaba en sacar su<br />

pistola; no la necesitaba. Cuando estaba enojado, su rostro se tornaba<br />

brutalmente amenazador, y esto, combinado con su uniforme, generalmente<br />

bastaba para que los gamberros se acobardaran. Si no, usaba su linterna.<br />

Neri preguntó a uno de los chicos:<br />

– ¿Cómo te llamas?<br />

El chico dio un apellido irlandés.

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