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Mario%20Puzo%20-%20El%20Padrino

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en tales casos la artista, por lo general muy hermosa, estaba fichada como<br />

ramera. Para McCluskey era un placer ayudar a los amigos.<br />

McCluskey había tenido siempre por norma no demostrar que conocía las<br />

intenciones de los demás. Cuando Sollozzo se le acercó con la proposición de<br />

que dejara a Don Corleone sin protección en el hospital, McCluskey no<br />

preguntó el porqué. Se limitó a preguntar cuánto le pagaría. Cuando Sollozzo le<br />

ofreció diez de los grandes, McCluskey no tuvo ninguna duda sobre las<br />

razones del Turco. No dudó un solo instante. Corleone era una de las grandes<br />

personalidades de la Mafia, con más influencias políticas que Capone en sus<br />

mejores tiempos. Por lo tanto, quienquiera que lograra eliminarlo, haría un gran<br />

favor al país. McCluskey tomó el dinero y cumplió su trabajo. Cuando Sollozzo<br />

le telefoneó para decirle que en el hospital aún había dos hombres de<br />

Corleone, el policía montó en cólera. Había encerrado a todos los hombres de<br />

Tessio, había hecho que se fueran los dos agentes que montaban guardia en la<br />

puerta de la habitación de Corleone... Y ahora, como hombre de principios,<br />

tendría que devolver los diez mil dólares ya ingresados en el banco y<br />

destinados a la educación de sus nietos. Dominado por aquella terrible ira<br />

suya, había ido al hospital y golpeado a Michael Corleone.<br />

Afortunadamente, todo había acabado del mejor de los modos. Tras<br />

entrevistarse con Sollozzo en la sala de fiestas de Tattaglia, ambos habían<br />

hecho un trato todavía mejor. Tampoco esta vez hizo McCluskey pregunta<br />

alguna, pues conocía todas las respuestas. Su única preocupación fue<br />

asegurar el precio. Nunca se le ocurrió pensar que él, personalmente, podría<br />

correr algún peligro. Que alguien pudiera soñar siquiera en matar a un capitán<br />

de la policía de Nueva York era algo impensable. El más duro de los mañosos<br />

tenía que aguantarse ante el más humilde de los patrulleros. Matar policías no<br />

era rentable. Y es que, cuando un agente era asesinado, resultaba que la<br />

policía tenía que matar a una serie de delincuentes que se resistían a ser<br />

arrestados o que pretendían huir mientras eran conducidos a la comisaría.<br />

McCluskey se dispuso a salir. Problemas, siempre problemas... En Irlanda, la<br />

hermana de su esposa acababa de morir después de haber librado una larga<br />

lucha contra el cáncer. La enfermedad de su cuñada le había costado mucho<br />

dinero. Y ahora el funeral le costaría todavía más. Además, sus tíos y tías, allá<br />

en el Viejo Continente, necesitarían ayuda económica, y sería él quien tendría<br />

que proporcionársela. McCluskey no era un hombre mezquino. Aún recordaba<br />

cómo, cuando él y su esposa visitaron Irlanda, fueron tratados a cuerpo de rey<br />

por la familia. Tal vez el siguiente verano, ya que la guerra había terminado,<br />

volverían allí.<br />

McCluskey dijo a su ayudante dónde podría encontrarle en caso de necesidad.<br />

No consideró necesario tomar precaución alguna: siempre podría alegar que<br />

Sollozzo era un confidente de la policía. Una vez fuera de la comisaría, caminó<br />

un par de manzanas y luego tomó un taxi, dirigiéndose al lugar donde tenía que<br />

encontrarse con Sollozzo.<br />

Tom Hagen había llevado a cabo todos los preparativos para que Michael<br />

abandonara el país. Había cuidado de su pasaporte falso, de su embarque en<br />

un carguero italiano que recalaría en un puerto siciliano, etcétera. El mismo día,

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