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Mario%20Puzo%20-%20El%20Padrino

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22<br />

Había pasado un año de la muerte de Sonny, y Lucy Mancini aún lo echaba<br />

terriblemente de menos. Todas las noches soñaba con él, pero los suyos no<br />

eran los sueños de una colegiala, ni su cólera la de una esposa enamorada. No<br />

estaba desolada por haber perdido al “compañero de su vida”; sus sentimientos<br />

no tenían nada que ver con lo sentimental. No. Lucy echaba de menos a su<br />

amante porque había sido el único hombre con que había gozado plenamente<br />

al hacer el amor. Y, en su juventud e inocencia, pensaba que no encontraría<br />

otro hombre capaz de suplantar a Sonny.<br />

Ahora, un año más tarde, Lucy se dejaba acariciar por el sol y el fragante aire<br />

de Nevada. A sus pies, un hombre delgado y rubio jugueteaba con sus dedos.<br />

Era una tarde de domingo, y estaban junto a la piscina del hotel. A pesar de<br />

que alrededor había bastante gente, el hombre se puso a acariciar<br />

despreocupadamente el desnudo muslo de la muchacha.<br />

– Por favor, Jules, para ya – pidió Lucy–. Pensaba que los médicos no eran tan<br />

interesados como los demás hombres.<br />

– Soy un médico de Las Vegas –replicó Jules en tono burlón.<br />

Lucy se sorprendió al comprobar lo mucho que la excitaba el contacto de la<br />

mano del médico. Trató de disimular su emoción, pero sin éxito. En realidad,<br />

era una chica muy tosca e inocente. ¿Por qué, entonces, no se decidía a dar el<br />

paso definitivo?, se preguntaba el doctor Jules Segal. Aun suponiendo que la<br />

chica hubiera sufrido alguna fuerte desilusión sentimental, su resistencia<br />

carecía de sentido. De todos modos, confiaba en que Lucy fuese suya aquella<br />

misma noche. Y si para ello era preciso recurrir a algún truco, lo haría, pues era<br />

hombre capaz de eso y de mucho más. Todo en interés de la ciencia, por<br />

supuesto. Además, ¡la pobre muchacha lo deseaba tan ardientemente!<br />

– Deja de tocarme, Jules, te lo ruego –dijo Lucy con voz temblorosa.<br />

Jules obedeció de inmediato. Apoyó la cabeza sobre su regazo y cerró los ojos.<br />

Le divertía la excitación de Lucy, y le agradaba el suave calor que desprendían<br />

sus muslos. Cuando ella le pasó la mano por la cabeza para alisarle el pelo,<br />

Jules le tomó la muñeca y sintió latir su pulso a una velocidad tremenda.<br />

Aquella noche resolvería el misterio, aquella noche sabría por qué razón Lucy<br />

se le resistía. Plenamente confiado, el doctor Jules Segal se durmió.<br />

Lucy miraba a la gente que estaba alrededor de la piscina. ¡De que forma tan<br />

radical había cambiado su vida en menos de dos años! Nunca lo hubiera<br />

imaginado, como nunca hubiera creído que no se arrepentiría – sino todo lo<br />

contrario– de su “locura” en la boda de Connie Corleone. Era lo más<br />

maravilloso que le había ocurrido en su vida, y lo revivía en sueños una y otra<br />

vez.<br />

Después de su encuentro, Sonny la había visitado una vez a la semana; en<br />

ocasiones más, pero nunca menos. Los días que precedían a la visita de su<br />

amante constituían para Lucy un verdadero tormento. Su pasión era de lo más

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