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Mario%20Puzo%20-%20El%20Padrino

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había hecho el viaje en su avión particular, y se preguntaba por qué no le había<br />

invitado. La voz de la secretaria interrumpió sus elucubraciones.<br />

– El señor Woltz ha sugerido que lleve usted un traje de etiqueta. Mañana por<br />

la mañana él mismo le llevará al aeropuerto.<br />

– De acuerdo –dijo Hagen.<br />

Ya tenía otra cosa en qué pensar. ¿Cómo sabía Woltz su intención de regresar<br />

a Nueva York en avión a la mañana siguiente? Lo más probable, decidió Hagen<br />

después de meditar unos minutos, era que el productor hubiera contratado un<br />

detective para que le investigara. En consecuencia, era muy posible que Woltz<br />

ya supiera que representaba al Don, lo cual significaba que ya había<br />

averiguado algo sobre Don Corleone y que estaba dispuesto a considerar<br />

seriamente el asunto. Algo podría hacerse, después de todo, pensó Hagen. Y<br />

quizá Woltz era más listo de lo que había aparentado por la mañana.<br />

La casa de campo de Jack Woltz parecía un lujoso escenario de película. Era<br />

una enorme mansión que recordaba las de las antiguas plantaciones, rodeada<br />

de verdes campos y circundada por un camino en herradura sembrado de tierra<br />

negra, por establos y por pastos para una manada de caballos. Las cercas y<br />

los jardines estaban tan bien cuidados como el rostro de una estrella de la<br />

pantalla.<br />

Woltz saludó a Hagen en un porche acristalado, en cuyo interior se disfrutaba<br />

de un ambiente perfectamente climatizado. El productor iba vestido con<br />

sencillez. Llevaba una camisa de seda azul con el cuello abierto, unos<br />

pantalones color mostaza y unas sandalias de cuero. Enmarcada en el lujoso y<br />

multicolor ambiente, su arrugada cara destacaba notablemente. Ofreció a<br />

Hagen un martini y se sirvió otro, de una bandeja en la que había otros vasos<br />

llenos de diversas bebidas. Parecía más amistoso que por la mañana.<br />

– Como todavía tenemos un poco de tiempo antes de cenar –dijo, apoyando la<br />

mano en el hombro de Hagen–, vamos a echar una mirada a mis caballos.<br />

Mientras se dirigían a los establos, prosiguió:<br />

– Me he enterado de quién es usted, Tom; debería haberme dicho que su jefe<br />

es Corleone. Pensé que era usted un picapleitos de tres al cuarto que Johnny<br />

enviaba para asustarme. Y yo no me asusto, aunque por supuesto tampoco<br />

deseo tener enemigos. Bueno, hablemos de otras cosas y dejemos los<br />

negocios para después de la cena.<br />

Sorprendentemente, Woltz demostró ser un anfitrión muy amable y<br />

considerado. Explicó sus nuevos métodos, con los cuales convertiría su cuadra<br />

en la mejor del país. Hagen comprobó que los establos estaban construidos a<br />

prueba de incendios, desinfectados hasta el máximo, y protegidos por un<br />

equipo de guardas privados. Finalmente, Woltz lo acompañó hasta un establo<br />

especial, en cuya puerta estaba clavada una enorme placa de bronce. En la<br />

placa se leía la palabra JARTUM.<br />

El caballo que ocupaba el establo era, incluso a los ojos inexpertos de Hagen,<br />

un animal hermosísimo. La piel de Jartum era de un negro intenso, a excepción

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