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Mario%20Puzo%20-%20El%20Padrino

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produjo náuseas. Le pareció como si le hubieran golpeado el pecho con un<br />

martillo, su corazón empezó a latir a gran velocidad, y sintió arcadas. El vómito<br />

cayó sobre la gruesa y lujosa alfombra.<br />

Separada del cuerpo, la negra y sedosa cabeza del caballo Jartum estaba<br />

rodeada de un gran charco de sangre. Los tendones, blancos y delgados,<br />

pendían; el morro estaba cubierto de espuma, y aquellos ojos grandes que<br />

habían brillado como el oro tenían ahora un vidrioso color apagado. Woltz sintió<br />

un terror animal, que le hizo llamar a gritos a sus criados y maldecir a Hagen,<br />

llenándolo de insultos, a pesar de que éste no podía oírle, pues estaba muy<br />

lejos. El mayordomo se alarmó al ver a su patrón en aquel estado. Primero<br />

llamó al médico personal de Woltz, y luego al vicepresidente de los estudios.<br />

No obstante, Woltz consiguió recuperarse antes de la llegada de ambos.<br />

El shock había sido terrible. ¿Qué clase de hombre podía destruir a un animal<br />

valorado en seiscientos mil dólares? Sin una sola palabra de aviso, sin haber<br />

entablado negociaciones que pudieran haber conducido a una revisión de la<br />

alevosa orden. La crueldad, el profundo desprecio por los valores establecidos,<br />

apuntaban como autor del crimen a un hombre que hubiera establecido sus<br />

propias leyes, a un hombre que se considerara una especie de Dios. Además,<br />

debía de tratarse de un hombre muy poderoso pues, como era bien patente, los<br />

guardas privados apostados en los establos nada habían podido hacer. Woltz<br />

supo que el caballo había sido fuertemente drogado, antes de que le separaran<br />

la cabeza del cuerpo. Los guardas aseguraron que nada habían visto ni oído. A<br />

Woltz esto le parecía imposible. Les haría hablar. Seguro que le habían<br />

traicionado, y él encontraría la manera de hacerles decir quién los había<br />

comprado.<br />

Woltz no era estúpido, sino simplemente un gran ególatra que había calculado<br />

mal el poder de Don Corleone. Acababa de tener una prueba. Comprendió el<br />

mensaje. Se dio cuenta de que, a pesar de su riqueza, a pesar de sus<br />

contactos con el presidente de Estados Unidos, a pesar de su tantas veces<br />

cacareada amistad con el director del FBI, a pesar de todo, un oscuro<br />

importador de aceite de oliva italiano podía matarle cuando y como le viniera en<br />

gana. ¡Y todo por no querer dar a Johnny Fontane el papel que quería! Era<br />

increíble. La gente no tenía derecho a actuar así. El mundo sería inhabitable si<br />

la gente hiciera su propia ley. Era una locura. ¿Es que uno no podía hacer, con<br />

su dinero o sus empresas, lo que le viniera en gana? Era mil veces peor que el<br />

comunismo. No podía ser.<br />

Woltz se tomó un tranquilizante suave que le recetó su médico. La cápsula le<br />

ayudó a calmarse y a pensar con frialdad. Lo que realmente le intrigaba era por<br />

qué Corleone había escogido como víctima un caballo famoso, un caballo de<br />

seiscientos mil dólares. ¡Seiscientos mil dólares! Y eso para empezar. Woltz se<br />

estremeció. Pensó en su vida, en todo cuanto había conseguido. Era rico. Con<br />

sólo mover un dedo y prometer un contrato, podía tener a las mujeres más<br />

hermosas del mundo. Era recibido por reyes y reinas. Tenía todo lo que el<br />

dinero y el poder podían proporcionar. ¡Era absurdo arriesgarlo todo por un<br />

simple antojo! Tal vez podría atrapar a Corleone. ¿Cuál era la pena por matar a<br />

un caballo de carreras? Se echó a reír a carcajadas, y el médico y los criados,<br />

sin decir palabra, lo observaron con mal disimulada ansiedad. Se le ocurrió otra

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