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Mario%20Puzo%20-%20El%20Padrino

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nuestros intereses? Nuestros intereses son “cosa nostra”. Nuestro mundo es<br />

cosa nostra, y por eso queremos ser nosotros quienes lo rijan. Por lo tanto,<br />

debemos mantenernos unidos, pues es el único modo de evitar interferencias,<br />

o de lo contrario nos dominarán, como dominan ya a millones de napolitanos y<br />

demás italianos de este país. Por esta razón resuelvo no vengar la muerte de<br />

mi hijo. El bien común es lo primero. Juro que mientras yo sea el jefe de mi<br />

Familia, ninguno de los míos levantará un solo dedo contra ninguno de los aquí<br />

presentes, salvo que la provocación sea intolerable. Estoy dispuesto a<br />

sacrificar mis intereses comerciales en aras del bien común. Esta es mi palabra<br />

de honor. Y todos los aquí reunidos saben que mi palabra ha sido siempre<br />

sagrada. Pero tengo un problema personal. Mi hijo menor se ha visto obligado<br />

a huir, acusado de las muertes de Sollozzo y de un capitán de la policía. Debo<br />

hacer cuanto esté en mi mano para que regrese a casa, libre de esos cargos<br />

falsos, y sé que ése es un problema exclusivamente mío. Sí, he de buscar a los<br />

verdaderos culpables o, en todo caso, convencer a las autoridades de la<br />

inocencia de mi hijo. Es posible que los testigos rectifiquen sus declaraciones,<br />

que se retracten de sus mentiras... Repito que es un asunto que debo resolver<br />

yo, y creo que finalmente mi hijo podrá regresar. Bien. Pero quiero que sepan<br />

que entre mis defectos se cuenta el de ser un hombre supersticioso. Es<br />

ridículo, lo sé, pero no puedo evitarlo. Y si mi hijo menor sufriera algún<br />

desgraciado percance, si algún policía lo matara accidentalmente, si lo<br />

encontraran colgado en su celda, si aparecieran nuevos testigos de cargo, mi<br />

superstición me haría creer que ello se había debido a la mala voluntad de<br />

alguno o algunos de los aquí presentes. Quiero decirles más; si mi hijo resulta<br />

herido de muerte por un rayo, culparé de ello a los aquí reunidos; si su avión<br />

cae al mar o su barco se hunde en las profundidades del océano, si contrae<br />

unas fiebres mortales o su automóvil es arrollado por un tren, mi ridícula<br />

superstición me hará creer que la culpa la tienen ustedes. Señores, esa mala<br />

voluntad, esa mala suerte, no podría perdonarla jamás. Aparte de eso, les juro<br />

por el alma de mis nietos que nunca romperé la paz que hemos acordado.<br />

Después de todo ¿somos o no somos mejores que esos pezzonovante que han<br />

matado a millones y millones de personas en nombre de la patria?<br />

Pronunciadas estas palabras, Don Corleone se acercó a Don Phillip Tattaglia.<br />

Tattaglia se levantó y los dos hombres se abrazaron y se besaron en las<br />

mejillas. Los otros jefes se pusieron de pie y, después de aplaudir, se<br />

estrecharon mutuamente las manos, celebrando la amistad de Don Corleone y<br />

Don Tattaglia. La recientemente sellada amistad tal vez no fuese muy calurosa,<br />

pero sí respetable. Aunque jamás se cruzaran regalos de Navidad, por lo<br />

menos tampoco se matarían el uno al otro. En su mundo, esa amistad era<br />

suficiente.<br />

Dado que su hijo Freddie estaba en el Oeste bajo la protección de la familia<br />

Molinari, concluida la reunión Don Corleone dio las gracias al Don de San<br />

Francisco y, por lo que éste le dijo, comprendió que Freddie se encontraba muy<br />

bien en aquella ciudad, entre otras cosas porque tenía mucho éxito con las<br />

mujeres. También parecía poseer grandes condiciones para dirigir un hotel, con<br />

lo que Don Corleone quedó agradablemente sorprendido, al igual que ocurre a<br />

muchos padres cuando se enteran de que sus hijos poseen talentos que ellos<br />

desconocían. Realmente, las grandes desgracias tienen a veces su<br />

compensación. Corleone dijo al Don de San Francisco que le debía un gran

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