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Mario%20Puzo%20-%20El%20Padrino

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Ninguno de los partidos del domingo empezaba antes de las dos de la tarde,<br />

pues la ley lo prohibía. Por ello, después de la primera oleada de apostantes,<br />

venía una segunda compuesta por padres de familia que, antes de volver a<br />

casa a recoger a los suyos para ir a la playa, tenían que hacer a toda prisa sus<br />

apuestas. Venían a continuación los jugadores solteros y aquellos que, por no<br />

serlo, condenaban a su familia a pasarse la tarde del domingo en casa a pesar<br />

del calor. Los apostadores solteros eran los que jugaban más fuerte. Muchos<br />

de ellos, además, volvían a las cuatro para apostar también en los segundos<br />

encuentros, cuando los había. Ellos eran los culpables de que Carlo tuviera que<br />

hacer horas extras los domingos, aunque algunos hombres casados llamaban<br />

desde la playa para apostar en estos segundos encuentros y tratar así de<br />

recuperar el dinero perdido en los primeros.<br />

A la una y media de la tarde la actividad era poca, por lo que Carlo y Sally Rags<br />

pudieron salir un rato a tomar el aire en la acera, junto a la pastelería. Se<br />

entretuvieron mirando jugar a los niños. Pasó un coche de la policía, pero no se<br />

preocuparon: su negocio estaba muy bien respaldado, y nada había que temer.<br />

Además, llegado el caso le habrían avisado con tiempo suficiente.<br />

Coach salió a reunirse con ellos y estuvieron charlando un rato sobre béisbol y<br />

mujeres.<br />

– Hoy he vuelto a pegarle a mi mujer –dijo Carlo alegremente–. He tenido que<br />

recordarle quién es el que manda.<br />

– Supongo que ya debe de estar bastante gruesa ¿no? –comentó Coach, en<br />

tono de desaprobación.<br />

– Sí, desde luego. Pero sólo le he dado unas cuantas bofetadas. No le he<br />

hecho daño. Mira, lo que pasa es que se cree con derecho a mandarme, y eso<br />

es algo que no estoy dispuesto a tolerar.<br />

Había por allí varios hombres hablando de béisbol y discutiendo sobre si tal<br />

equipo era mejor o peor que tal otro. Lo de cada domingo. De pronto, los niños<br />

que jugaban en la calle subieron corriendo a la acera. Un coche que venía a<br />

toda velocidad se detuvo adelante de la pastelería, y fue tan brusco el frenazo<br />

que los neumáticos chirriaron. El conductor saltó del vehículo con tanta rapidez<br />

que todos quedaron paralizados. Era Sonny Corleone.<br />

Su cara era la imagen misma de la cólera. No había pasado un segundo<br />

cuando ya tenía a Carlo Rizzi agarrado por el cuello. Trató de arrojarlo a la<br />

calzada, pero éste se aferró con toda la fuerza de sus musculosos brazos a la<br />

barandilla de hierro de la pequeña escalera que conducía a la entrada de la<br />

pastelería, tratando al mismo tiempo de ocultar su cara para protegerla de las<br />

manos de Sonny.<br />

Lo que siguió fue tremendo. Sonny empezó a pegarle puñetazos mientras lo<br />

insultaba a voz en grito, y Carlo no ofreció resistencia alguna, pese a su fuerza<br />

física, ni dijo una sola palabra. Coach y Sally Rags no se atrevieron a intervenir.<br />

Estaban convencidos de que Sonny quería matar a su cuñado, y no deseaban<br />

compartir su suerte. Los niños seguían en la acera, a cierta distancia,<br />

disfrutando del espectáculo. Eran muchos, algunos de ellos bastante mayores,

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