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Mario%20Puzo%20-%20El%20Padrino

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Volvieron a cargar la alfombra sobre sus hombros y, cuando salieron, vieron<br />

que el policía acababa de doblar la esquina. Media hora más tarde, estaban<br />

cortando la alfombra a fin de adecuarla a las medidas de la sala de estar de<br />

Vito Corleone. Incluso podrían alfombrar el dormitorio. Clemenza era un<br />

hombre muy mañoso, y de los bolsillos de su amplia chaqueta (ya entonces le<br />

gustaba llevar ropas holgadas, a pesar de que no era gordo) sacó todo lo<br />

necesario para convertir en dos la lujosa alfombra.<br />

Pasaba el tiempo y la situación no mejoraba. Para vivir, la familia Corleone<br />

necesitaba mucho más que aquella alfombra. Morirían de hambre si no se<br />

solucionaban las cosas. Mientras trataba de hallar una solución, Vito aceptó<br />

algunos paquetes de comida de su amigo Genco. Finalmente, un día fue<br />

abordado por Clemenza y por Tessio, otro joven que también vivía en el<br />

vecindario. Ambos tenían a Vito en buen concepto, les gustaba su manera de<br />

ser y sabían que se encontraba en una situación desesperada. Le propusieron<br />

que entrara a formar parte de su banda. Estaban especializados en desvalijar<br />

los camiones cargados de vestidos de seda que salían de la fábrica situada en<br />

la calle Treinta y uno. No había riesgo alguno. Los conductores de los<br />

camiones eran gente muy pacífica y ponían pies en polvorosa en cuanto veían<br />

una pistola. Parte de la mercancía la compraba un mayorista italiano, y el resto<br />

era repartido puerta a puerta en las zonas italianas de la ciudad –Arthur<br />

Avenue, el Bronx, Mulberry Street y el distrito de Chelsea, en Manhattan–,<br />

donde vivían muchas familias pobres que aprovechaban las gangas que<br />

Clemenza y los suyos les ofrecían, como única forma de que sus hijas<br />

pudiesen vestir a la moda de la gente más adinerada. Clemenza y Tessio<br />

necesitaban un chófer, y sabían que Vito lo era, pues había conducido la<br />

camioneta de reparto de la tienda de Abbandando. En 1919, había muy pocos<br />

conductores expertos.<br />

A pesar de que le repugnaba hacer lo que le proponían, Vito Corleone aceptó<br />

la oferta. Lo que lo decidió fue la promesa de que el asunto le proporcionaría<br />

no menos de mil dólares. Por lo demás, advirtió que sus jóvenes compañeros<br />

eran muy imprudentes, pues hablaban abiertamente de sus planes, de la forma<br />

de dar el golpe, de cómo se efectuaría la distribución, etc. Él, Vito Corleone, era<br />

de naturaleza mucho más reservada. Sin embargo, los consideraba buenas<br />

personas y ambos, tanto el alegre Peter Clemenza como el melancólico Tessio,<br />

le inspiraban confianza.<br />

El trabajo se desarrolló sin complicaciones. Vito Corleone se sorprendió de no<br />

sentir miedo cuando sus dos compañeros encañonaron al conductor del<br />

camión. Lo que más le impresionó fue la sangre fría de que hicieron gala,<br />

bromeando con el conductor y asegurándole que si se portaba bien le enviarían<br />

algunos vestidos de seda para su esposa. A Vito no le hacía gracia la idea de ir<br />

de casa en casa vendiendo vestidos, por lo que ofreció la totalidad del lote que<br />

le había correspondido al comprador de objetos robados, un mayorista italiano.<br />

Sólo ganó setecientos dólares, pero en 1919 se trataba de una suma nada<br />

despreciable.<br />

El día siguiente, Vito Corleone fue abordado en la calle por el elegante Fanucci.<br />

El extorsionador tenía un rostro desagradable, sobre todo desde que mostraba<br />

la cicatriz de la herida que le habían infligido aquellos tres jóvenes y que él ni

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