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Mario%20Puzo%20-%20El%20Padrino

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Hizo sentar a Kay y colocó el abrigo y el sombrero de ésta encima de una<br />

mesa. Luego empezó a moverse por la cocina, y al cabo de unos segundos<br />

había en la mesa pan, queso y salami, y en el hornillo se estaba calentando el<br />

café.<br />

– He venido a preguntar por Mike –dijo Kay tímidamente–, pues hace días que<br />

no tengo noticias de él. El señor Hagen me ha confesado que nadie sabe<br />

dónde está. También me ha dicho que no tardará en volver. Hagen habló antes<br />

de que lo hiciera la señora Corleone:<br />

– Es lo único que podemos decirle por el momento, mamá.<br />

La señora Corleone le dirigió una mirada desdeñosa y le espetó:<br />

– ¿Es que vas a decirme lo que tengo que hacer? Mi marido, Dios vele por él,<br />

nunca se ha comportado así conmigo<br />

Acto seguido se persignó.<br />

– ¿Qué tal está el señor Corleone? –preguntó Kay.<br />

– Bien. Pero se está haciendo viejo, y pienso que nunca debería haber<br />

permitido que le ocurriera algo así. Los años le están restando facultades.<br />

La señora Corleone hizo un gesto como queriendo indicar que su marido<br />

estaba loco. Sirvió café para ambas y obligó a la muchacha a comer un poco<br />

de pan y queso. Una vez terminado el café, tomó entre las suyas una de las<br />

manos de Kay y, con voz amable, dijo:<br />

– Mira, querida, Mike no te escribirá, y no sabrás nada de él. Estará oculto<br />

durante dos o tres años, tal vez más, tal vez mucho más. Ve a tu casa, busca<br />

un buen muchacho y cásate.<br />

Kay sacó la carta de su bolso.<br />

– ¿Tendrá usted la bondad de enviarle esto?<br />

La anciana tomó la carta y acarició la mejilla de Kay.<br />

– Lo haré, no te preocupes –dijo.<br />

Hagen inició una protesta, pero la señora Corleone le atajó, gritando unas<br />

palabras en italiano. Luego acompañó a Kay hasta la puerta, le dio un beso en<br />

la mejilla y dijo:<br />

– Olvida a Mike, querida. Ya no es hombre para ti.<br />

Fuera, un coche esperaba a Kay, con dos hombres en el asiento delantero. La<br />

acompañaron hasta su hotel, en Nueva York, sin pronunciar una sola palabra<br />

en todo el trayecto. Tampoco Kay habló. Intentaba hacerse a la idea de que el<br />

hombre al que había amado era un asesino. Y lo sabía de muy buena fuente:<br />

por su madre.

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