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Mario%20Puzo%20-%20El%20Padrino

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Los dos pastores guardaespaldas llevaban siempre con ellos sendas “lupare”<br />

especie de escopeta con el cañón recortado. Era el arma favorita de los<br />

mafiosos. El jefe de policía enviado por Mussolini para eliminar a la Mafia<br />

siciliana ordenó, como primera medida, que los muros fueran derribados hasta<br />

que tuvieran todos menos de un metro de altura, al efecto de que los asesinos<br />

no pudieran, con sus lupare, parapetarse en los mismos. La medida fue<br />

totalmente ineficaz, y la policía resolvió el problema deportando a colonias<br />

penales a todo hombre sospechoso de ser un mafioso.<br />

Cuando la isla de Sicilia fue liberada por los ejércitos aliados, los militares<br />

americanos creyeron que cuantos habían sido encarcelados por el régimen<br />

fascista eran demócratas. En consecuencia, muchos mafiosos fueron<br />

nombrados alcaldes o intérpretes del gobierno militar de ocupación. Esto<br />

permitió a la Mafia recuperar con creces el poder perdido.<br />

Los largos paseos nocturnos, acompañado de una botella de buen vino para<br />

digerir la sabrosa cena a base de pasta y carne, eran lo único que permitía a<br />

Michael conciliar el sueño. En la biblioteca del doctor Taza había muchos libros<br />

en italiano, y aunque Michael hablaba el siciliano y había estudiado algo de<br />

italiano, leer en esta lengua no le resultaba fácil. Al cabo de un tiempo, sin<br />

embargo, y a pesar de que nadie lo hubiera confundido con un nativo por su<br />

modo de hablar, se habría podido pensar que era un italiano de las provincias<br />

septentrionales cercanas a Suiza y Alemania.<br />

La deformación del lado izquierdo de su cara, en cambio, sí le hacía parecer<br />

siciliano. En la isla era normal que se padecieran esas deformaciones u otras<br />

semejantes debido a la falta de cuidados médicos. Muchos niños y hombres<br />

presentaban cicatrices que en América hubieran sido fácilmente borradas con<br />

sencillos tratamientos.<br />

Michael pensaba a menudo en Kay, en su sonrisa, en su cuerpo, y sentía una<br />

especie de remordimiento por no haberse despedido de ella. Sin embargo, las<br />

muertes de Sollozzo y el capitán McCluskey no turbaban en absoluto su<br />

conciencia. El primero había tratado de matar a su padre; el segundo le había<br />

desfigurado la cara.<br />

El doctor Taza siempre le aconsejaba que se hiciera operar el rostro,<br />

especialmente cuando Michael le pedía algún calmante. Y es que el dolor era<br />

cada vez más frecuente e intenso. Taza le explicó que por debajo del ojo pasa<br />

un nervio muy delicado, del que a su vez emanan una serie de nervios<br />

secundarios. En realidad, la búsqueda de ese nervio era uno de los<br />

entretenimientos favoritos de los torturadores de la Mafia, que para ello<br />

empleaban un punzón para el hielo. En el caso de Michael, ese nervio había<br />

sido dañado. Bastaría con que se sometiera a una sencilla operación en un<br />

hospital de Palermo para que el dolor remitiese.<br />

Michael se negó. Y cuando el doctor le preguntó el motivo, Michael respondió:<br />

– Es un recuerdo de América. En efecto, el dolor no le importaba. Consideraba<br />

que era algo que podía soportarse perfectamente la mayor parte del tiempo, y<br />

estaba convencido de que, en cierto modo, purificaba.

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