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Mario%20Puzo%20-%20El%20Padrino

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pastor, que se llamaba Fabrizzio, no se sentía muy orgulloso de sus tatuajes,<br />

uno de los cuales (el que llevaba en el vientre, y que tapaba una mancha roja<br />

de nacimiento) representaba una escena muy cara al “honor” siciliano;<br />

representaba a un marido apuñalando a un hombre y una mujer desnudos en<br />

actitud de estar haciéndose el amor.<br />

En ocasiones, Fabrizzio obsequiaba a Michael con queso fresco y lo acribillaba<br />

a preguntas sobre América, pues a los guardaespaldas no habían podido<br />

ocultarles su verdadera nacionalidad. Sin embargo, ignoraban quién era.<br />

Únicamente sabían dos cosas: que había tenido que huir de América y que no<br />

convenía meterse en honduras con respecto a él.<br />

Michael y sus dos inseparables compañeros solían dar largos paseos por los<br />

polvorientos caminos, donde de vez en cuando se cruzaban con carretas<br />

pintadas tiradas por asnos. Los campos ofrecían un aspecto magnífico,<br />

rebosantes de flores, naranjos, almendros y olivos. Precisamente, habían<br />

constituido una de las sorpresas de Michael. Convencido de la exactitud de la<br />

legendaria pobreza de los sicilianos, había esperado encontrar una tierra<br />

reseca e igualmente pobre. Y de pronto se preguntaba cómo era posible que<br />

los isleños pudieran habituarse a vivir en otra parte. Sin duda, el gran éxodo de<br />

lo que parecía ser un Edén demostraba lo malvados que algunos hombres<br />

debían de ser con los demás.<br />

Cierto día, Michael salió con la intención de ir hasta la población costera de<br />

Mazara, para luego, al anochecer, regresar a Corleone en autobús. Pensaba<br />

que si se cansaba lograría dormir toda la noche de un tirón. Los dos pastores<br />

llevaban pan y queso para comer durante el trayecto, así como sus lupare.<br />

Hacía una mañana maravillosa. Michael se sentía como cuando, siendo niño,<br />

salía de su casa temprano, a principios del verano, para ir a jugar a la pelota.<br />

Sicilia era una alfombra de flores, y el olor de los naranjos y los limoneros era<br />

tan penetrante que podía olerlo a pesar de que la herida que había sufrido en la<br />

cara afectaba su sentido del olfato.<br />

A causa de la herida aún sentía molestias en el ojo izquierdo. Además, y por el<br />

mismo motivo, tenía que limpiarse continuamente la nariz, debido a lo cual<br />

siempre llevaba consigo una buena provisión de pañuelos. No obstante,<br />

últimamente, se había acostumbrado a hacer como los campesinos sicilianos,<br />

que se sonaban sin pañuelo, a pesar de que siempre le había disgustado<br />

siquiera pensarlo. Se notaba la cara “pesada”. El doctor Taza le había dicho<br />

que ello se debía a la presión causada por la fractura mal curada. Se trataba,<br />

en concreto, de una fractura del arco cigomático, y si hubiese sido tratada<br />

antes de que los huesos se soldaran, la cosa se habría arreglado sin dificultad;<br />

un instrumento parecido a una cuchara, que servía para colocar el hueso en su<br />

sitio, habría bastado. En opinión del doctor, ahora tendría que someterse a una<br />

intervención quirúrgica maxilo– facial. Michael no había querido oír más. Dijo<br />

que ni hablar; aunque, a decir verdad, más que el dolor y demás molestias, lo<br />

peor era aquella sensación de pesadez en el rostro. Aquel día, Michael y su<br />

escolta no llegaron a la costa. Después de andar unos veinticinco kilómetros,<br />

se sentaron a la sombra de un naranjo para comer y beber un poco. Fabrizzio<br />

no paraba de decir que un día se iría a América... Después de comer se<br />

echaron, y cuando Fabrizzio se desabrochó la camisa, dejando al descubierto

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