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Mario%20Puzo%20-%20El%20Padrino

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punto de salírsele de las órbitas. Desde el otro lado de la cama, Jules miraba<br />

fijamente a Johnny y a Lucy. Cogió a Nino por el cuello, para inmovilizarlo, y le<br />

dio una inyección entre el hombro y el cuello. Al cabo de un instante Nino dejó<br />

de retorcerse, y poco después se quedó dormido.<br />

Johnny, Lucy y Jules salieron del dormitorio y se sentaron alrededor de la mesa<br />

instalada en la antesala. Lucy telefoneó pidiendo café y algo de comer. Johnny,<br />

entretanto, se acercó al bar y se preparó un combinado.<br />

– ¿Sabía usted que el whisky le produciría esa reacción? –preguntó Johnny.<br />

– Sí, lo sabía –respondió Jules.<br />

– ¿Por qué, entonces, no me lo advirtió?<br />

– Se lo advertí, Johnny.<br />

– Pues no me lo advirtió debidamente – insistió Johnny, airado, pero<br />

controlando la voz–. Usted no sabe hablar, y si sabe, lo disimula muy bien. Sus<br />

palabras son molestas y chabacanas. Me dice que debemos encerrar a Nino en<br />

un manicomio... Le gusta molestar a la gente ¿no es cierto?<br />

Lucy permanecía con la mirada baja. Jules seguía sonriendo a Fontane.<br />

– Nadie habría podido evitar que usted diera de beber a Nino –dijo–. Quería<br />

demostrar que no aceptaba mis avisos, mis órdenes. ¿Recuerda cuando me<br />

ofreció convertirme en su médico personal, después de lo de su garganta? Si<br />

no acepté, fue porque sabía que no llegaríamos a entendernos. Un médico<br />

piensa que es Dios, que es el sumo sacerdote de la sociedad moderna, uno de<br />

sus elegidos. Pero usted nunca me consideraría de ese modo. Para usted yo<br />

hubiera sido siempre un Dios algo ridículo. Como esos doctores que tienen<br />

ustedes en Hollywood. ¿De dónde los sacan? Realmente, si saben algo, lo<br />

disimulan muy bien. Saben, o deberían saber, lo que le ocurre a Nino, pero se<br />

limitan a darle drogas y calmantes, sólo para que vaya tirando. Se arrastran a<br />

sus pies porque les paga bien y porque Johnny Fontane es un hombre<br />

poderoso y célebre; y, claro, usted les considera como verdaderas eminencias<br />

de la medicina, sin saber que a ellos les importa un bledo que la gente viva o<br />

muera. Pues bien, mi afición, que reconozco es imperdonable, consiste en<br />

evitar que la gente se muera. Si he permitido que le diera un vaso de whisky a<br />

Nino, es porque he querido demostrarle lo que puede ocurrirle.<br />

Bajando la voz, Jules prosiguió:<br />

– Su amigo casi no tiene remedio. ¿Comprende bien mis palabras? No ha<br />

recibido los cuidados médicos necesarios. Su presión sanguínea, su diabetes y<br />

sus malos hábitos pueden provocar una hemorragia cerebral en el momento<br />

menos pensado. Su cerebro dejará de funcionar normalmente. ¿Se da usted<br />

cuenta de lo que le estoy diciendo? Sí, he hablado de encerrarlo en un<br />

manicomio. Y es que quiero que se dé cuenta de lo grave que está su amigo,<br />

pues temo que, de otro modo, no tome usted medida alguna. Voy a decírselo<br />

en pocas palabras: si lo encierra, quizá le salve la vida; si no, ya puede darlo<br />

por muerto.

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