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Farias Victor, Heidegger y el nazismo

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Víctor <strong>Farias</strong><br />

<strong>Heidegger</strong> y <strong>el</strong> <strong>nazismo</strong><br />

La filosofía, verdadero espejo de lo eterno, hoy en día a menudo sólo refleja<br />

opiniones subjetivas, estados de ánimo y deseos personales. El antiint<strong>el</strong>ectualismo<br />

convierte también la filosofía en vivencia; uno se las da de impresionista, se aferra<br />

a los «valores d<strong>el</strong> momento», imp<strong>el</strong>ido por oscuros impulsos; como ecléctico,<br />

aglutina los pensamientos más contradictorios en una ideología, y ya tenemos <strong>el</strong><br />

sistema con <strong>el</strong> que se fabrican hoy las «ideologías». Una lógica estricta, fría,<br />

repugna la sensibilidad d<strong>el</strong> alma moderna. El «pensar» ya no se deja atrapar por<br />

las barreras eternas e inamovibles de los fundamentos lógicos. De eso se trata. El<br />

pensamiento estrictamente lógico, herméticamente cerrado a cualquier influencia<br />

afectiva d<strong>el</strong> alma, <strong>el</strong> trabajo científico realmente incondicionado, cualquiera que<br />

sea, exige un cierto fondo de fortaleza ética, <strong>el</strong> arte de sacar fuerzas de sí mismo y<br />

d<strong>el</strong> autoextrañamiento. 130<br />

Precisamente esta oposición radical obliga, según <strong>Heidegger</strong>,<br />

invertir los términos en que la «modernidad» plantea <strong>el</strong> problema:<br />

Hoy la concepción d<strong>el</strong> mundo se corta según <strong>el</strong> patrón de la vida, en lugar<br />

de proceder al revés. Y en este vaivén, que se ha ido convirtiendo poco a poco en<br />

un deporte de los refinados gastrónomos de las cuestiones filosóficas, surge,<br />

inconscientemente pese a tanta conciencia y a tanta autosuficiencia, <strong>el</strong> ansia de<br />

respuestas concluyentes sobre las cuestiones fundamentales d<strong>el</strong> Ser que, a veces,<br />

se encienden en un repentino dest<strong>el</strong>lo, y luego pesan ciertos días como un<br />

cargamento de plomo en <strong>el</strong> alma torturada, pobre en metas y caminos. 131<br />

El joven <strong>Heidegger</strong> subraya así la necesidad de reforzar la<br />

duplicidad de los jóvenes académicos. Ante todo, recomienda los<br />

cursos «r<strong>el</strong>igioso-científicos» organizados por las «Asociaciones» de<br />

estudiantes y que publica Der Akademiker. La carencia de una<br />

formación apologética más sólida está fuera de duda. «Un<br />

pensamiento actual se realiza a través de conferencias r<strong>el</strong>igiosas y<br />

científicas; concebidas con generosidad y presentadas en un estilo<br />

noble, las verdades fundamentales d<strong>el</strong> cristianismo se le aparecen al<br />

estudiante católico en su grandeza eterna, despiertan su entusiasmo<br />

y le recuerdan nuestra heredad, o, para decirlo con mayor precisión,<br />

aqu<strong>el</strong>lo que cada uno posee potencialmente». 132 Pero todo <strong>el</strong>lo, lo<br />

puramente objetivo, no basta. Su llamada (Ruf) se dirige a la<br />

subjetividad de sus compañeros, tratando de despertar en <strong>el</strong>los <strong>el</strong><br />

pathos radical de la búsqueda de la «verdad»: «La posesión auténtica<br />

de estos tesoros de la verdad exige una actividad propia, denodada e<br />

infatigable, que nunca podrá ser sustituida por la mera asistencia a<br />

conferencias. Acuciado por su ansia de la verdad —que los atrae<br />

íntima y mágicamente—, <strong>el</strong> espíritu de los jóvenes trata de afianzar<br />

en su interior las líneas fundamentales de los necesarios<br />

conocimientos previos, para luego aprehender él solo <strong>el</strong> espíritu de<br />

los problemas fundamentales "de la concepción d<strong>el</strong> mundo",<br />

convertirlos en objeto de su reflexión; sólo lo que uno ha hecho suyo<br />

d<strong>el</strong> modo mencionado constituye <strong>el</strong> patrimonio de la verdad en su<br />

sentido propio». 133<br />

La recensión que <strong>Heidegger</strong> hizo d<strong>el</strong> libro de Ad. Jos. Cüppers,<br />

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