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De amor y de muerte

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quedarse hasta el final. A eso habían ido. Le recomendó apren<strong>de</strong>r a controlar sus nervios<br />

o cambiar <strong>de</strong> oficio, eso <strong>de</strong> per<strong>de</strong>r la compostura podía transformarse en hábito y le<br />

recordó la casa embrujada don<strong>de</strong> bastó el crujido <strong>de</strong> una puerta para que ella se<br />

<strong>de</strong>splomara lívida en sus brazos. Estaba burlándose <strong>de</strong> Irene cuando cesaron los<br />

gemidos <strong>de</strong>l animal y al comprobar que estaba bien muerto, pudo ella ponerse <strong>de</strong> pie.<br />

Pero la faena continuaba. Vertieron agua hirviendo sobre el cadáver y le rasparon el pelo<br />

con un hierro, <strong>de</strong>jando su piel brillante, rosada y limpia como la <strong>de</strong> un recién nacido, luego<br />

lo abrieron en canal y procedieron a vaciar sus vísceras y cortar el tocino ante los ojos<br />

fascinados <strong>de</strong> los niños y <strong>de</strong> lo perros mojados <strong>de</strong> sangre. Las mujeres lavaron en la<br />

acequia muchos metros <strong>de</strong> tripas, <strong>de</strong>spués las rellenaron para fabricar morcillas y <strong>de</strong>l<br />

caldo don<strong>de</strong> se cocinaban sacaron un tazón para reanimar a Irene. La joven vaciló ante<br />

aquella sopa <strong>de</strong> vampiros don<strong>de</strong> flotaban coágulos oscuros, pero se la tomó para no<br />

hacer un <strong>de</strong>saire a sus anfitriones. Resultó <strong>de</strong>liciosa y con evi<strong>de</strong>ntes propieda<strong>de</strong>s<br />

terapéuticas, porque a los pocos minutos recuperó el color <strong>de</strong> sus mejillas y el buen<br />

ánimo. Pasaron el resto <strong>de</strong>l día tomando fotografías, comiendo y bebiendo vino <strong>de</strong> una<br />

garrafa, mientras en gran<strong>de</strong>s tambores <strong>de</strong> lata se <strong>de</strong>rretía la grasa. El tocino flotaba<br />

achicharrado en la manteca lo extraían con gran<strong>de</strong>s coladores y lo servían con pan.<br />

Cocinaron el hígado y el corazón y también los ofrecieron a sus invitados. Al atar<strong>de</strong>cer<br />

todos cabeceaban, los hombres por el alcohol, las mujeres <strong>de</strong> cansancio, los niños <strong>de</strong><br />

sueño y lo perros ahítos por vez primera en sus vidas. Entonces Irene y Francisco<br />

recordaron que Evangelina no había sido vista en todo el día.<br />

--¿Dón<strong>de</strong> está Evangelina?--preguntaron a Digna Ranquileo. Ella bajó la cabeza sin<br />

respon<strong>de</strong>r.<br />

--Su hijo, el guardia, ¿cómo se llama?-- inquirió Irene intuyendo que algo anormal ocurría.<br />

--Pra<strong>de</strong>lio <strong>de</strong>l Carmen Ranquileo-- replicó la madre y la taza tembló en sus manos.

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