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Mucho <strong>de</strong>spués, cuando sintió vibrar el cuerpo <strong>de</strong> ella como un <strong>de</strong>licado instrumento y un<br />
hondo suspiro salió <strong>de</strong> su boca para alimentar la suya, una formidable represa estalló en<br />
su vientre y la fuerza <strong>de</strong> ese torrente lo sacudió, inundando a Irene <strong>de</strong> aguas felices.<br />
Permanecieron estrechamente unidos en tranquilo reposo, <strong>de</strong>scubriendo el <strong>amor</strong> en<br />
plenitud, respirando y palpitando al unísono hasta que la intimidad renovó su <strong>de</strong>seo. Ella<br />
lo sintió crecer <strong>de</strong> nuevo en su interior y buscó sus labios en interminable beso. Con el<br />
cielo por testigo, arañados por los guijarros, cubiertos <strong>de</strong> polvo y hojas secas aplastadas<br />
en el <strong>de</strong>sor<strong>de</strong>n <strong>de</strong>l <strong>amor</strong>, premiados por un inagotable ardor, una <strong>de</strong>saforada pasión,<br />
retozaron bajo la luna hasta que el alma se les fue en suspiros y sudores y murieron, por<br />
último, abrazados, con los labios juntos, soñando el mismo sueño. Habían iniciado una<br />
inexorable travesía.<br />
<strong>De</strong>spertaron con las primeras luces <strong>de</strong> la mañana y el alboroto <strong>de</strong> los gorriones,<br />
<strong>de</strong>slumbrados por el encuentro <strong>de</strong> los cuerpos y la complicidad <strong>de</strong>l espíritu. Entonces<br />
recordaron el cadáver <strong>de</strong> la mina y recuperaron el sentido <strong>de</strong> la realidad.<br />
Con la arrogancia <strong>de</strong>l <strong>amor</strong> compartido, pero aún temblorosos y asombrados, se vistieron,<br />
subieron a la motocicleta y recorrieron el camino a casa <strong>de</strong> los Ranquileo.<br />
Inclinada sobre la artesa <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra, la mujer lavaba la ropa restregándola con cepillo <strong>de</strong><br />
cerdas. Sus anchos pies firmemente plantados sobre una tabla para no pisar el barrial,<br />
las manos pesadas trabajando con energía, frotaba, estrujaba y luego colocaba los trapos<br />
en un bal<strong>de</strong>, don<strong>de</strong> se amontonaban para <strong>de</strong>spués enjuagarlos en el agua corriente <strong>de</strong> la<br />
acequia.<br />
Estaba sola, porque a esa hora los hijos iban a la escuela. El verano se insinuaba en las<br />
frutas pintonas, el escándalo <strong>de</strong> las flores, las siestas sofocadas y las mariposas blancas<br />
volando en todas direcciones como pañuelos arrastrados por la brisa. Bandadas <strong>de</strong><br />
pájaros invadían los campos uniendo sus trinos al rumor continuo <strong>de</strong> las abejas y los<br />
tábanos. Nada <strong>de</strong> eso percibía Digna, con los brazos hundidos en la lavaza, ajena a todo