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De amor y de muerte

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isueños. Ignoraba que vivían el dolor privada y dignamente. Tal vez <strong>de</strong>bido a su ancestro<br />

castellano, el Profesor Leal podía expresar todas las pasiones menos ésa que le<br />

<strong>de</strong>sgarraba el alma. Los hombres no lloran sino por <strong>amor</strong>, <strong>de</strong>cía. Los ojos <strong>de</strong> Hilda, en<br />

cambio, se hume<strong>de</strong>cían ante cualquier emoción: ternura, risa, nostalgia, pero el<br />

sufrimiento la endurecía como un cristal. Hubo pocas lágrimas en el funeral <strong>de</strong> su hijo<br />

mayor.<br />

Lo sepultaron en un pequeño lote <strong>de</strong> terreno adquirido a última hora. Los ritos resultaron<br />

improvisados y confusos, por que hasta ese día no habían pensado en las exigencias <strong>de</strong><br />

la <strong>muerte</strong>. Como todos los que aman la vida, se sentían inmortales.<br />

--No volveremos a España, mujer-- <strong>de</strong>cidió el Profesor Leal cuando las últimas paletadas<br />

<strong>de</strong> tierra cubrieron la urna. Por primera vez en cuarenta años aceptó que pertenecía a<br />

ese suelo.<br />

La viuda <strong>de</strong> Javier Leal regresó <strong>de</strong>l cementerio a su <strong>de</strong>partamento, colocó sus escasas<br />

pertenencias en unas cajas <strong>de</strong> cartón, tomó a sus hijos <strong>de</strong> la mano y se <strong>de</strong>spidió. Partían<br />

al Sur, a la provincia don<strong>de</strong> ella nació, porque en ese lugar la vida era menos dura y<br />

contaba con el apoyo <strong>de</strong> sus hermanos. No <strong>de</strong>seaba que sus niños crecieran a la sombra<br />

<strong>de</strong>l padre ausente. Los Leal <strong>de</strong>spidieron a su nuera y a sus nietos, los acompañaron<br />

abatidos a la estación, los vieron subir al tren y alejarse, sin creer que en tan pocos días<br />

perdían también a esas criaturas que ayudaron a crecer. No valoraban ningún bien<br />

material, su confianza en el porvenir estaba puesta en la familia. Jamás imaginaron<br />

envejecer lejos <strong>de</strong> los suyos.<br />

<strong>De</strong> la estación el Profesor regresó a su hogar y sin quitarse la chaqueta ni la corbata <strong>de</strong><br />

luto, se sentó en una silla bajo el cerezo <strong>de</strong>l patio, con los ojos perdidos. Tenía en las<br />

manos su vieja regla <strong>de</strong> cálculo, único objeto salvado <strong>de</strong>l naufragio <strong>de</strong> la guerra y traído a<br />

América. Siempre la tuvo cerca sobre la mesa <strong>de</strong> noche y sólo permitía a los niños jugar<br />

con ella cuando <strong>de</strong>seaba premiarlos. Los tres aprendieron a usarla <strong>de</strong>slizando sus piezas<br />

para calzar los números y se negó a remplazarla cuando fue sobrepasada por los

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