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Francisco encontró a su hermano listo para salir, vestido con bragas <strong>de</strong> obrero y un<br />
pesado maletín con sus herramientas. <strong>De</strong>spués <strong>de</strong> cerciorarse <strong>de</strong> que se encontraban<br />
solos, Francisco abrió su bolso. Mientras el cura observaba las fotografías, tornándose<br />
por instantes más pálido, procedió a contarle la historia, empezando por Evangelina<br />
Ranquileo y sus ataques <strong>de</strong> santidad, que él conocía a medias cuando ayudó a buscarla<br />
en la Morgue, y terminando en el momento cuando rodaron a sus pies los restos cuyas<br />
imágenes tenía en la mano. Sólo omitió el nombre <strong>de</strong> Irene Beltrán para mantenerla al<br />
margen <strong>de</strong> las consecuencias.<br />
José Leal escuchó hasta el final y luego permaneció largo rato en silencio, la vista fija en<br />
el suelo, en actitud <strong>de</strong> meditación. Su hermano adivinó que intentaba controlarse. En su<br />
juventud cualquier forma <strong>de</strong> abuso, injusticia o maldad, le producía un corrientazo<br />
eléctrico, cegándolo <strong>de</strong> ira. Los años <strong>de</strong> sacerdocio y el temple <strong>de</strong> su carácter le dieron<br />
fuerzas para dominar esos arrebatos y con un metódico ejercicio <strong>de</strong> humildad aceptar el<br />
mundo como una obra imperfecta en la cual Dios pone a prueba las almas. Por fin levantó<br />
la cara. Su rostro había recuperado la serenidad y su voz sonó tranquila.<br />
--Hablaré con el Car<strong>de</strong>nal--dijo.<br />
--Dios nos ampare en la batalla que <strong>de</strong>bemos empren<strong>de</strong>r --dijo el Car<strong>de</strong>nal.<br />
--Así sea --añadió José Leal.<br />
El prelado sostuvo una vez más las fotografías con las puntas <strong>de</strong> los <strong>de</strong> dos, observando<br />
los trapos sucios, las cuencas sin ojos, las manos agarrotadas. Para quien no lo conocía,<br />
el Car<strong>de</strong>nal resultaba siempre una sorpresa. A la distancia en los actos públicos, en las<br />
pantallas <strong>de</strong> televisión y cuando oficiaba misa en la Catedral, con sus paramentos<br />
bordados en oro y plata y su corte <strong>de</strong> acólitos, parecía esbelto y elegante.<br />
Pero en realidad era un hombre bajo, fornido, tosco, con pesadas manos <strong>de</strong> campesino,<br />
que hablaba muy poco y casi siempre en tono brusco, más por timi<strong>de</strong>z que por