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De amor y de muerte

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ninguno faltaba. Sólo el sudor que le empapaba la blusa <strong>de</strong>lataba el tremendo esfuerzo<br />

que le costaba cada paso. A su lado caminaban el cura, sin atreverse a tocarla y dos<br />

funcionarios <strong>de</strong>l Juzgado tomando notas. Por último la joven leyó y firmó la <strong>de</strong>claración<br />

con mano firme y salió <strong>de</strong>l patio a gran<strong>de</strong>s trancos, con la cabeza erguida. En la calle,<br />

<strong>de</strong>spués <strong>de</strong> oír el portón cerrarse a sus espaldas, recuperó por breves instantes su<br />

aspecto <strong>de</strong> niña campesina. José Leal la abrazó.<br />

--Llora criatura, te hace bien --le dijo.<br />

--¿Llorar? <strong>de</strong>spués, Padre. Ahora tengo mucho que hacer --replicó ella y sacudiéndose<br />

las lágrimas <strong>de</strong> un manotazo partió <strong>de</strong> prisa.<br />

Dos días más tar<strong>de</strong> fue citada ante el Tribunal Militar para prestar testimonio sobre los<br />

presuntos asesinos. Se presentó con su ropa <strong>de</strong> trabajo y una cinta negra atada al brazo,<br />

la misma que usó cuando abrieron la mina <strong>de</strong> Los Riscos y su intuición le advirtió que<br />

había llegado la hora <strong>de</strong> vestir luto.<br />

El juicio se llevó a cabo en privado. No le permitieron la compañía <strong>de</strong> su madre, <strong>de</strong> José<br />

Leal, ni <strong>de</strong>l abogado <strong>de</strong> la Vicaría asignado por el Car<strong>de</strong>nal. Un soldado la condujo sola<br />

por un ancho pasillo don<strong>de</strong> el eco <strong>de</strong> las pisadas vibraba con sonido <strong>de</strong> campana, hasta<br />

la sala <strong>de</strong> sesiones <strong>de</strong> la Corte. Era una enorme habitación bien iluminada, sin más<br />

adorno que una ban<strong>de</strong>ra y un retrato en colores <strong>de</strong>l General con la banda <strong>de</strong> los<br />

presi<strong>de</strong>ntes terciada en el pecho.<br />

Evangelina avanzó sin muestras <strong>de</strong> temor hasta colocarse frente al alto estrado <strong>de</strong> los<br />

oficiales. Los miró uno por uno directamente a los ojos y con voz clara repitió la historia<br />

que antes contara a Irene Beltrán, sin que las intimidaciones consiguieran cambiar su<br />

versión. Señaló sin vacilar al Teniente Juan <strong>de</strong> Dios Ramírez y a cada hombre que<br />

participó en la <strong>de</strong>tención <strong>de</strong> su familia, porque durante esos años los había llevado<br />

grabados a fuego en la memoria.

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