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De amor y de muerte

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-¿Por qué me tutea? ¿Y en primer lugar qué hacen uste<strong>de</strong>s aquí? --lo increpó Irene sin<br />

po<strong>de</strong>r controlar sus nervios.<br />

--Ranquileo me contó lo <strong>de</strong> su hermana y yo le dije: allá don<strong>de</strong> fracasan los curas y los<br />

doctores, triunfan las Fuerzas Armadas. Eso le dije y por eso estamos aquí. ¡Ahora<br />

veremos si sigue pataleando cuando me la lleve presa, la chiquilla ésa!<br />

Caminó a gran<strong>de</strong>s zancadas en dirección a la casa. Irene y Francisco lo siguieron como<br />

autómatas. Lo que ocurrió a continuación quedaría para siempre grabado en sus<br />

memorias y lo recordarían como una sucesión <strong>de</strong> imágenes tormentosas e inconexas.<br />

El Teniente Juan <strong>de</strong> Dios Ramírez se aproximó a la cama <strong>de</strong> Evangelina. La madre se<br />

movió para <strong>de</strong>tenerlo, pero él la apartó. ¡No la toque! alcanzó a gritar la mujer, pero fue<br />

tar<strong>de</strong>, porque el oficial había estirado la mano y tomado a la enferma por un brazo.<br />

Antes que nadie pudiera pre<strong>de</strong>cirlo, el puño <strong>de</strong> Evangelina salió disparado a estrellarse<br />

contra la rubicunda cara <strong>de</strong>l militar, dándole en la nariz con tal fuerza, que lo lanzó <strong>de</strong><br />

espaldas al suelo. Como una pelota inútil rodó su casco bajo la mesa. La joven perdió en<br />

seguida la rigi<strong>de</strong>z, sus ojos ya no parecían extraviados ni echaba espumarajos por la<br />

boca. La que tomó al Teniente Ramírez por la guerrera sin el menor esfuerzo, lo levantó<br />

en vilo y lo sacó <strong>de</strong> la casa sacudiéndolo como un estropajo, era la suave muchacha <strong>de</strong><br />

quince años y huesos frágiles que poco antes servía harina tostada con miel bajo el<br />

parrón. Sólo su fuerza portentosa <strong>de</strong>lataba el estado anormal en que se encontraba. Irene<br />

reaccionó rápidamente. Arrebató a Francisco la cámara <strong>de</strong> las manos y comenzó a<br />

fotografiar sin cuidarse <strong>de</strong>l enfoque, con la esperanza <strong>de</strong> que algunas tomas salieran<br />

bien, a pesar <strong>de</strong>l brusco cambio en la intensidad <strong>de</strong> la luz entre las sombras <strong>de</strong>l interior y<br />

la reverberación <strong>de</strong>l mediodía afuera.<br />

A través <strong>de</strong>l lente Irene vio a Evangelina remolcar al Teniente hasta el centro <strong>de</strong>l patio y<br />

lanzarlo con displicencia a pocos metros <strong>de</strong> los protestantes, quienes permanecían

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