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De amor y de muerte

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terminar la guerra el Profesor Leal <strong>de</strong>cidió partir rumbo a Francia, pero no le permitieron<br />

sacar a la enferma <strong>de</strong>l asilo don<strong>de</strong> se recuperaba y tuvo que robársela durante la noche.<br />

La montó sobre dos tablones en cuatro ruedas, colocó al recién nacido en su brazo sano,<br />

los ató con una manta y los llevó a la rastra por esos caminos <strong>de</strong> pesadumbre que<br />

conducían al exilio. Cruzó la frontera con una mujer que no lo reconocía y cuya única<br />

señal <strong>de</strong> entendimiento era cantar para su criatura. Iba sin dinero, no contaba con amigos<br />

y cojeaba a causa <strong>de</strong> una herida <strong>de</strong> bala en el muslo, que no consiguió hacer más lento<br />

su paso cuando se trató <strong>de</strong> poner a salvo a los suyos. Como único objeto personal<br />

llevaba una vieja regla <strong>de</strong> cálculo heredada <strong>de</strong> su padre, que le había servido en la<br />

reconstrucción <strong>de</strong> edificios y trazado <strong>de</strong> trincheras en el campo <strong>de</strong> batalla. Al otro lado <strong>de</strong><br />

la frontera la policía francesa aguardaba la interminable caravana <strong>de</strong> los <strong>de</strong>rrotados.<br />

Separaron a los hombres y los llevaron <strong>de</strong>tenidos.<br />

El Profesor Leal se <strong>de</strong>batía como un <strong>de</strong>mente tratando <strong>de</strong> explicar la situación y fue<br />

necesario conducirlo a culatazos con los <strong>de</strong>más a un recinto <strong>de</strong> concentración.<br />

Un cartero francés encontró la carretilla en un camino. Se aproximó con recelo al oír el<br />

llanto <strong>de</strong> un niño, quitó la manta y vio a una joven con la cabeza vendada, un brazo en<br />

cabestrillo y en el otro un bebé <strong>de</strong> pocas semanas llorando <strong>de</strong> frío.<br />

Los llevó a su casa y con su mujer se afanaron en prestarles auxilio. A través <strong>de</strong> una<br />

organización <strong>de</strong> cuaqueros ingleses <strong>de</strong>dicada a la beneficencia y protección <strong>de</strong> los<br />

refugiados, ubicó al marido en una playa cercada <strong>de</strong> alambres, don<strong>de</strong> los hombres<br />

pasaban el día inactivos oteando el horizonte y dormían por la noche enterrados en la<br />

arena a la espera <strong>de</strong> tiempos mejores. Leal estaba a punto <strong>de</strong> volverse loco <strong>de</strong> angustia<br />

pensando en Hilda y su hijo, por eso cuando oyó <strong>de</strong> labios <strong>de</strong>l cartero que se encontraban<br />

a salvo, inclinó la cabeza y por vez primera en su vida adulta lloró largamente. El francés<br />

aguardó mirando el mar, sin hallar una palabra o un gesto a<strong>de</strong>cuado para ofrecerle<br />

consuelo. Al <strong>de</strong>spedirse notó que temblaba, se quitó el abrigo, se lo pasó ruborizado y así<br />

iniciaron una amistad que habría <strong>de</strong> durar medio siglo. Lo ayudó a adquirir un pasaporte,<br />

arreglar su situación legal y salir <strong>de</strong>l campo <strong>de</strong> refugiados. Entretanto su mujer brindó a

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