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iría con una docena <strong>de</strong> hombres armados a allanar la casa <strong>de</strong> sus padres y Evangelina lo<br />
pondría en ridículo, revolcándolo en el tierral <strong>de</strong>l patio.<br />
Ranquileo se sentía a gusto en su trabajo. Era un alma simple y le costaba tomar<br />
<strong>de</strong>cisiones, prefería obe<strong>de</strong>cer callado y le resultaba más fácil poner la responsabilidad <strong>de</strong><br />
sus actos en manos ajenas. Tartamu<strong>de</strong>aba al hablar y se comía las uñas hasta la raíz,<br />
<strong>de</strong>jando sus <strong>de</strong>dos como muñones ensangrentados.<br />
--Antes no me las comía-- se disculpó ante Irene y Francisco .<br />
En la ruda vida militar se sentía mucho más feliz que en la casa <strong>de</strong> sus padres. No<br />
<strong>de</strong>seaba regresar al campo. En las Fuerzas Armadas encontró una carrera, un <strong>de</strong>stino y<br />
otra familia. Tenía resistencia <strong>de</strong> buey para los turnos, los más esforzados<br />
entrenamientos, las noches <strong>de</strong> guardia. Era buen camarada, capaz <strong>de</strong> ce<strong>de</strong>r su ración a<br />
otro más hambriento y su cobija a otro con más frío. Aguantaba sin chistar las bromas<br />
pesadas, no perdía el buen humor, sonreía complaciente cuando se burlaban <strong>de</strong> su<br />
esqueleto <strong>de</strong> percherón y su abultada masculinidad. También se reían <strong>de</strong> su ansiedad por<br />
cumplir el trabajo, su respeto reverente por la sagrada institución militar, su sueño <strong>de</strong> dar<br />
la vida por la ban<strong>de</strong>ra, como un héroe. <strong>De</strong> pronto todo eso se <strong>de</strong>splomó. No sabía por<br />
qué se encontraba en esa celda, ni podía calcular el tiempo transcurrido. Su único<br />
contacto con el mundo exterior consistía en unas cuantas palabras susurradas por el<br />
hombre encargado <strong>de</strong> llevarle la comida. Un par <strong>de</strong> veces le regaló cigarrillos y le<br />
prometió una novela <strong>de</strong> vaqueros o unas revistas <strong>de</strong>portivas, aunque no tenía luz para<br />
leerlas. En esos días aprendió a vivir <strong>de</strong> murmullos, <strong>de</strong> esperanzas, <strong>de</strong> pequeños trucos<br />
para engañar el tedio. Alertando todos sus sentidos intentaba participar <strong>de</strong> la vida en el<br />
exterior; sin embargo, por momentos era tanta su soledad que se creía muerto.<br />
Escuchaba los ruidos <strong>de</strong> afuera, sabía cuándo cambiaban la guardia, contaba los<br />
vehículos entrando y saliendo <strong>de</strong>l patio, afinó el oído para reconocer las voces y los pasos<br />
<strong>de</strong>sfigurados por la distancia. Procuraba dormir para pasar el tiempo <strong>de</strong> prisa, pero la<br />
inactividad y la angustia le espantaron el sueño. Un hombre más pequeño habría podido<br />
estirarse y hacer algunos ejercicios en ese reducido espacio, pero Ranquileo estaba