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De amor y de muerte

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<strong>de</strong> disgusto al ver a Irene tan <strong>de</strong>scuidada en su apariencia. Al menos cuando usaba su<br />

ropa <strong>de</strong> gitana <strong>de</strong>mostraba alguna originalidad, pero con esos pantalones arrugados y el<br />

cabello recogido en una cola parecía una maestra rural. Al acercarse advirtió otros signos<br />

inquietantes, pero no alcanzó a precisarlos. Había un aire <strong>de</strong> tristeza en sus ojos, un<br />

rictus ansioso en su boca, pero no pudo indagar más en el trajín <strong>de</strong> colocar las valijas en<br />

el automóvil y empren<strong>de</strong>r el camino a casa.<br />

--Traje ropa muy fina para tu ajuar, hija.<br />

--Tal vez no llegue a usarla, mamá.<br />

--¿Qué quieres <strong>de</strong>cir? ¿Pasó algo con tu novio?<br />

Beatriz observó a Francisco Leal <strong>de</strong> soslayo y estuvo a punto <strong>de</strong> lanzar un comentario<br />

mordaz, pero <strong>de</strong>cidió callarse hasta el momento <strong>de</strong> estar a solas con Irene. Respiró a<br />

todo pulmón y luego exhaló el aire en seis tiempos, relajando los músculos <strong>de</strong>l cuello y<br />

vaciando su espíritu <strong>de</strong> toda agresividad, para colocarse en sintonía positiva, como le<br />

enseñara su profesor <strong>de</strong> yoga. Tan pronto se sintió mejor pudo gozar <strong>de</strong>l hermoso<br />

espectáculo <strong>de</strong> la ciudad en primavera, las calles limpias, las pare<strong>de</strong>s recién pintadas, la<br />

gente cortés y disciplinada, eso había que agra<strong>de</strong>cer a las autorida<strong>de</strong>s, todo bajo control<br />

y muy bien vigilado. Observó los escaparates <strong>de</strong> las tiendas atiborradas <strong>de</strong> merca<strong>de</strong>rías<br />

exóticas nunca antes consumidas en el país, los lujosos edificios con piscinas ro<strong>de</strong>adas<br />

<strong>de</strong> palmeras enanas en las azoteas, caracoles <strong>de</strong> cemento albergando comercios <strong>de</strong><br />

fantasía para los caprichos <strong>de</strong> los nuevos ricos y altas murallas ocultando la región <strong>de</strong> la<br />

pobreza, don<strong>de</strong> la vida transcurría fuera <strong>de</strong>l or<strong>de</strong>n <strong>de</strong>l tiempo y las leyes <strong>de</strong> Dios.<br />

Ante la imposibilidad <strong>de</strong> eliminar la miseria, se prohibió mencionarla. Las noticias <strong>de</strong> la<br />

prensa eran tranquilizadoras, vivían en un reino encantado. Eran completamente falsos<br />

los rumores <strong>de</strong> mujeres y niños asaltando pana<strong>de</strong>rías impulsados por el hambre. Las<br />

malas nuevas provenían sólo <strong>de</strong>l exterior, don<strong>de</strong> el mundo se <strong>de</strong>batía en problemas<br />

irremediables que no tocaban a la benemérita patria. Por las calles circulaban

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