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De amor y de muerte

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Francisco tomó un trozo <strong>de</strong> pan lo untó en la apetitosa salsa y se lo llevó a la boca<br />

mientras la madre servía los platos ayudada por su nuera. Sólo Javier parecía ajeno al<br />

tumulto. El hermano mayor permanecía callado y ausente jugando con una cuerda. En los<br />

últimos tiempos se distraía haciendo nudos.<br />

Nudos <strong>de</strong> marinero, <strong>de</strong> pescador, <strong>de</strong> vaquero, nudos <strong>de</strong> guía, <strong>de</strong> sedal, <strong>de</strong> estribo, nudos<br />

<strong>de</strong> gancho, <strong>de</strong> llave, <strong>de</strong> obenque que armaba y <strong>de</strong>sarmaba con una tenacidad<br />

incomprensible. Al comienzo sus hijos lo observaban fascinados, pero <strong>de</strong>spués<br />

aprendieron a imitarlo y la cuerda perdió todo interés para ellos. Se acostumbraron a ver<br />

a su padre ocupado en su manía, un vicio apacible que en nada molestaba a los <strong>de</strong>más.<br />

La única queja provenía <strong>de</strong> su mujer, que soportaba sus manos encallecidas por el roce y<br />

la maldita cuerda enrollada junto a la cama por la noche como una serpiente doméstica.<br />

--¡No me gusta el mondongo!--repitió el niño.<br />

--Come sardinas entonces--sugirió su abuela.<br />

--¡No! -Tienen ojos!<br />

El cura dio un golpe con el puño sobre la mesa remeciendo la vajilla. Todos se<br />

inmovilizaron.<br />

--¡Basta! Comerás lo que te sirvan. ¿Sabes cuánta gente sólo tiene una taza <strong>de</strong> té y un<br />

pan duro al día? ¡En mi barrio los niños se <strong>de</strong>smayan <strong>de</strong> hambre en la escuela! --exclamó<br />

José.<br />

Hilda le tocó el brazo en gesto <strong>de</strong> súplica para calmarlo y pedirle se abstuviera <strong>de</strong><br />

mencionar a los hambrientos <strong>de</strong> su parroquia, porque corría el riesgo <strong>de</strong> arruinar la<br />

comida familiar y el hígado <strong>de</strong> su padre. José inclinó la cabeza, confundido ante su propia<br />

furia. Años <strong>de</strong> experiencia no habían calmado por completo sus arrebatos ni su obsesión<br />

por la igualdad entre sus semejantes. Irene rompió la tensión brindando por el guisado y

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