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De amor y de muerte

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También Irene y Francisco sospechaban <strong>de</strong>l oficial. Pensaban que <strong>de</strong>tuvo a Evangelina<br />

para cobrarle <strong>de</strong> alguna manera la humillación que le hizo pasar ante los ojos <strong>de</strong> tantos<br />

testigos. Tal vez intentaba retenerla sólo un par <strong>de</strong> días, pero no calculó la fragilidad <strong>de</strong><br />

su prisionera y se le pasó la mano en el castigo. Cuando vio los estragos cambió <strong>de</strong> i<strong>de</strong>a<br />

y <strong>de</strong>cidió escon<strong>de</strong>r su cuerpo en la mina y falsear el Libro <strong>de</strong> Guardia para protegerse <strong>de</strong><br />

cualquier investigación. Pero aquellas eran sólo conjeturas. Había un largo camino por<br />

andar hasta llegar al fondo <strong>de</strong> ese secreto. Mientras los jóvenes se lavaban en la acequia,<br />

Digna Ranquileo preparó <strong>de</strong>sayuno. Ocupada en los gestos rituales <strong>de</strong> avivar el fuego,<br />

hervir agua y acomodar platos y tazas, disimulaba su tristeza. Sentía un gran pudor <strong>de</strong><br />

sus emociones.<br />

Al oler el pan caliente, Irene y Francisco comprendieron cuánto apetito sentían, porque no<br />

habían probado alimento <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el día anterior. Comieron con lentitud. Se miraban<br />

reconociéndose, sonreían recordando la fiesta recién vivida, se tocaban las manos en<br />

mutua promesa. A pesar <strong>de</strong> la tragedia que los envolvía, estaban plenos <strong>de</strong> una paz<br />

egoísta, como si hubieran encajado las piezas <strong>de</strong>l rompecabezas <strong>de</strong> sus vidas y pudieran<br />

por fin vislumbrar sus <strong>de</strong>stinos. Se creían a salvo <strong>de</strong> todo mal, amparados por el encanto<br />

<strong>de</strong> ese nuevo <strong>amor</strong>.<br />

--Hay que avisar a Pra<strong>de</strong>lio para que no siga buscando a su hermana --sugirió Irene.<br />

--Yo subiré a la montaña. Espérame aquí, para que <strong>de</strong>scanses un poco y acompañes a la<br />

señora Digna --<strong>de</strong>cidió Francisco.<br />

<strong>De</strong>spués <strong>de</strong> comer besó a su amiga y partió en la moto.<br />

Recordaba el camino y llegó sin tropiezos al mismo lugar don<strong>de</strong> antes <strong>de</strong>jaron los<br />

caballos, cuando fueron con Jacinto la primera vez. Allí colocó la moto entre los árboles y<br />

empezó a subir a pie. Confiaba en su sentido <strong>de</strong> orientación para encontrar el refugio sin<br />

muchos ro<strong>de</strong>os, pero pronto se dio cuenta <strong>de</strong> que no sería tan fácil, porque en esos días

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