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De amor y de muerte

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la viuda más rica <strong>de</strong>l reino. Solo ella usaba pañales en el campamento a causa <strong>de</strong> una<br />

herida <strong>de</strong> cañón que hizo polvo su sistema digestivo y la tumbó para siempre en una silla<br />

<strong>de</strong> ruedas, pero ni aun por eso era respetada. Al menor <strong>de</strong>scuido le hurtaban sus<br />

horquillas y sus cintas, el mundo está lleno <strong>de</strong> bellacos y truhanes.<br />

--¡Ladrones! ¡Me robaron mis zapatillas! --gritó la viuda.<br />

--Cállese, abuela, que pue<strong>de</strong>n oírla los vecinos-- le or<strong>de</strong>nó la cuidadora moviendo la silla<br />

para ponerla al sol.<br />

La inválida siguió lanzando acusaciones hasta quedar sin aire y tuvo que callarse para no<br />

morir, pero le quedaron fuerzas para señalar con un <strong>de</strong>do artrítico al sátiro que se abría<br />

furtivamente la bragueta para mostrar su lastimoso pene a las señoras. Ninguna se<br />

preocupaba por eso, excepto una menuda dama vestida <strong>de</strong> luto, quien observaba aquel<br />

higo seco con cierta ternura. Estaba en<strong>amor</strong>ada <strong>de</strong> su dueño y por las noches <strong>de</strong>jaba<br />

abierta la puerta <strong>de</strong> su habitación para <strong>de</strong>cidirlo.<br />

--¡Ramera!--masculló la viuda acaudalada, pero no pudo evitar una sonrisa, porque <strong>de</strong><br />

súbito recordó los tiempos más lejanos, cuando aún tenía marido y él pagaba con<br />

morocotas <strong>de</strong> oro el privilegio <strong>de</strong> ser acogido entre sus gruesos muslos, lo cual ocurría<br />

con bastante frecuencia. Llegó a tener una bolsa llena, tan pesada que ningún marinero<br />

podía echársela al hombro.<br />

--¿Dón<strong>de</strong> están mis monedas <strong>de</strong> oro?<br />

--¿<strong>De</strong> qué está hablando, abuela?-- respondió distraída la empleada tras la silla <strong>de</strong><br />

ruedas.<br />

--¡Tú me las robaste! ¡Llamaré a la policía!<br />

--No fastidie, vieja--replicó la otra sin alterarse.

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