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De amor y de muerte

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todos la acompañaron celebrando su olor, su textura y sabor, pero sobre todo su origen<br />

proletario.<br />

--Lástima que Neruda no tenga una oda al mondongo--observó Francisco.<br />

--Pero tiene una al caldillo <strong>de</strong> congrio, ¿queréis oírla? -ofreció su padre entusiasmo. Fue<br />

acallado por una silbatina cerrada.<br />

El Profesor Leal ya no se ofendía por esas bromas. Sus hijos crecieron oyéndolo recitar<br />

<strong>de</strong> memoria y leyendo en alta voz a los clásicos, pero sólo el menor se contagió <strong>de</strong> su<br />

exaltación literaria. Francisco era <strong>de</strong> temperamento menos exuberante y prefería<br />

canalizar sus gustos a través <strong>de</strong> la lectura disciplinada y la composición <strong>de</strong> versos<br />

secretos, <strong>de</strong>jando a su padre el privilegio <strong>de</strong> <strong>de</strong>clamar cuanto le viniera en gana. Pero ni<br />

sus hijos ni sus nietos lo toleraban ya. Sólo Hilda en la intimidad <strong>de</strong> algún atar<strong>de</strong>cer le<br />

pedía hacerlo. En esas ocasiones <strong>de</strong>jaba el tejido para escuchar atentamente las<br />

palabras con la misma expresión maravillada <strong>de</strong> su primer encuentro y calculaba los<br />

muchos años <strong>de</strong> <strong>amor</strong> compartidos con ese hombre. Cuando estalló la Guerra Civil en<br />

España eran jóvenes, estaban en<strong>amor</strong>ados. A pesar <strong>de</strong> que el profesor Leal consi<strong>de</strong>raba<br />

que la guerra era obscena, partió al frente <strong>de</strong> batalla con los republicanos. Su mujer tomó<br />

un atado <strong>de</strong> ropa, cerró la puerta <strong>de</strong> su morada sin mirar hacia atrás y se trasladó <strong>de</strong><br />

al<strong>de</strong>a en al<strong>de</strong>a siguiendo sus huellas. <strong>De</strong>seaban estar juntos cuando los sorprendiera la<br />

victoria, la <strong>de</strong>rrota o la <strong>muerte</strong>. Un par <strong>de</strong> otoños <strong>de</strong>spués nació su hijo mayor en un<br />

refugio improvisado entre las ruinas <strong>de</strong> un convento. Su padre no pudo tenerlo en los<br />

brazos hasta tres semanas <strong>de</strong>spués. En diciembre <strong>de</strong>l mismo año, para Navidad, una<br />

bomba <strong>de</strong>struyó el lugar don<strong>de</strong> Hilda y el niño se hospedaban. Al sentir el estrépito que<br />

precedió a la catástrofe, ella alcanzó a asegurar a la criatura en su regazo, se dobló como<br />

un libro cerrado y protegió así la vida <strong>de</strong> su niño, mientras el techo se <strong>de</strong>splomaba<br />

aplastándola. Rescataron al bebé intacto, pero la madre tenía una profunda fractura <strong>de</strong><br />

cráneo y un brazo roto. Por algún tiempo su marido perdió sus señas, pero <strong>de</strong> tanto<br />

buscarla dio con ella en un hospital <strong>de</strong> campaña, don<strong>de</strong> yacía postrada sin recordar su<br />

nombre, la memoria borrada sin pasado ni futuro, con el niño prendido al pecho. Al

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