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De amor y de muerte

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<strong>de</strong>spensa una bolsa <strong>de</strong> provisiones para Pra<strong>de</strong>lio. Francisco insinuó que sería difícil<br />

trepar la montaña cargando ese tremendo bulto, pero ella lo miró burlona y él no insistió.<br />

Por el camino la madre les contó cuanto sabía <strong>de</strong> la suerte nefasta <strong>de</strong> Evangelina, <strong>de</strong>s<strong>de</strong><br />

el instante en que el Teniente y el Sargento la condujeron al jeep la misma noche <strong>de</strong>l<br />

domingo inolvidable. Los gritos <strong>de</strong> la muchacha se dispersaron por el campo advirtiendo a<br />

las sombras hasta que un bofetón le cerró la boca y <strong>de</strong>tuvo su pataleo. En la Tenencia el<br />

cabo <strong>de</strong> guardia los vio llegar y no se atrevió a hacer preguntas sobre la prisionera,<br />

limitándose a mirar para otro lado. En el último instante, cuando <strong>de</strong> un manotazo el<br />

Teniente Ramírez la elevó en el aire y la llevó en vilo hasta su oficina, el Sargento sintió<br />

lástima y se atrevió a pedirle que tuviera consi<strong>de</strong>ración con ella, porque estaba enferma y<br />

era la hermana <strong>de</strong> un hombre <strong>de</strong> la dotación, pero su superior no le dio tiempo <strong>de</strong><br />

continuar y cerró la puerta, atrapando la punta <strong>de</strong> la enagua blanca <strong>de</strong> la niña, que quedó<br />

allí prendida como una paloma herida. Un llanto se escuchó por un rato y <strong>de</strong>spués hubo<br />

silencio.<br />

Esa fue una interminable noche para el Sargento Faustino Rivera. No se acostó porque<br />

sentía el corazón agobiado. Se entretuvo conversando con el cabo <strong>de</strong> guardia, dio unas<br />

vueltas para asegurarse <strong>de</strong> que todo estaba en or<strong>de</strong>n y luego fue a sentarse bajo el alero<br />

<strong>de</strong> las caballerizas a fumar sus ásperos cigarrillos negros, percibiendo la brisa tibia <strong>de</strong> la<br />

estación, el olor lejano <strong>de</strong> los espinos en flor y el otro dominante <strong>de</strong>l estiércol fresco <strong>de</strong><br />

los caballos. Era una noche estrellada y clara, arropada por un silencio amplio. Sin saber<br />

con certeza lo que aguardaba, permaneció allí varias horas hasta ver aparecer los<br />

primeros signos <strong>de</strong>l alba, perceptibles para los nacidos en contacto con la Naturaleza y<br />

acostumbrados a madrugar. Exactamente a las cuatro y tres minutos, como dijo a Digna<br />

Ranquileo y repitió más tar<strong>de</strong> sin que las amenazas pudieran cerrarle la boca, vio salir al<br />

Teniente Juan <strong>de</strong> Dios Ramírez con una carga en los brazos. A pesar <strong>de</strong> la distancia y la<br />

penumbra no dudó <strong>de</strong> que se trataba <strong>de</strong> Evangelina. Tambaleaba un poco el oficial, pero<br />

no <strong>de</strong> borracho, puesto que nunca bebía en horas <strong>de</strong> servicio. El pelo <strong>de</strong> la joven colgaba<br />

casi hasta el suelo y al pasar por el sen<strong>de</strong>ro <strong>de</strong> gravilla que conducía al estacionamiento,<br />

las puntas arrastraron los guijarros. <strong>De</strong>s<strong>de</strong> su lugar Rivera oyó la respiración agitada <strong>de</strong>l

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