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apuntando al cielo con sus ramas <strong>de</strong>snudas, porque ni la vegetación crecía sana en ese<br />
sector. <strong>De</strong>trás <strong>de</strong> aquella discreta pantalla había calles <strong>de</strong> polvo y tórrido calor en verano,<br />
<strong>de</strong> lodo y lluvia en invierno, viviendas construidas con material <strong>de</strong> <strong>de</strong>secho, basura, ropa<br />
tendida, peleas <strong>de</strong> perros. Agrupados en las esquinas, los hombres ociosos <strong>de</strong>jaban<br />
pasar las horas, mientras los niños jugaban con la chatarra y las mujeres se afanaban por<br />
combatir el <strong>de</strong>terioro. Era un mundo <strong>de</strong> escasez y penuria, don<strong>de</strong> el único consuelo<br />
seguro era la solidaridad. Aquí nadie se muere <strong>de</strong> hambre, porque al pisar el límite <strong>de</strong>l<br />
<strong>de</strong>saliento, siempre se tien<strong>de</strong> una mano amiga, <strong>de</strong>cía José Leal para explicar las ollas<br />
comunes en las que un grupo <strong>de</strong> vecinos echaba lo que cada quien podía aportar a la<br />
sopa <strong>de</strong> todos. Los allegados vivían adheridos a las familias, porque eran más pobres que<br />
los pobres y no poseían ni siquiera un techo. En los comedores <strong>de</strong> los niños, la Iglesia<br />
repartía una porción <strong>de</strong> comida diaria a los más pequeños. Tantos años viendo lo mismo,<br />
no habían endurecido los sentimientos <strong>de</strong>l cura ante la fila <strong>de</strong> criaturas recién lavadas y<br />
peinadas esperando turno para ingresar al galpón, don<strong>de</strong> aguardaban los platos <strong>de</strong><br />
aluminio colocados sobre largos mesones, mientras sus hermanos mayores, para quienes<br />
no alcanzaba la caridad, mero<strong>de</strong>aban esperando alguna sobra. Dos o tres mujeres se<br />
encargaban <strong>de</strong> cocinar los alimentos conseguidos por los curas a punta <strong>de</strong> súplicas y<br />
amenazas espirituales. A<strong>de</strong>más <strong>de</strong> servir las raciones, ellas vigilaban que los niños<br />
comieran su parte, porque muchos ocultaban la comida y el pan para llevarlos a sus<br />
casas, don<strong>de</strong> el resto <strong>de</strong> la familia no tenía para el puchero, sino algunas verduras<br />
recogidas en los bota<strong>de</strong>ros <strong>de</strong>l mercado y un hueso hervido varias veces para dar al<br />
caldo un ligero sabor.<br />
José vivía en un rancho <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra similar a muchos otros, aunque más amplio porque<br />
también prestaba servicios <strong>de</strong> oficina para aten<strong>de</strong>r los problemas temporales y<br />
espirituales <strong>de</strong> ese rebaño <strong>de</strong>solado. Francisco se turnaba allí con un abogado y un<br />
médico para asesorar a los pobladores en sus conflictos, enfermeda<strong>de</strong>s y<br />
<strong>de</strong>sesperanzas, sintiéndose a menudo inútiles, porque no había solución para el cúmulo<br />
<strong>de</strong> tragedias que <strong>de</strong>bían afrontar.