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De amor y de muerte

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<strong>de</strong> sus giras circenses, la venta <strong>de</strong> miel y cerdos, se mantenía la familia gracias a una<br />

estricta economía. En los años buenos no faltaba el alimento, pero aun en las mejores<br />

épocas el dinero resultaba muy escaso. Nada se botaba ni perdía. Los menores recibían<br />

la ropa <strong>de</strong> los más gran<strong>de</strong>s y seguían usándola hasta que las abrumadas telas no<br />

soportaban más remiendos y éstos se <strong>de</strong>sprendían como costras secas. Los chalecos se<br />

<strong>de</strong>shacían hasta la última hebra, se lavaba la lana y se volvía a tejer. El padre fabricaba<br />

alpargatas para todos y la madre no daba <strong>de</strong>scanso a los palillos y la máquina <strong>de</strong> coser.<br />

No se sentían pobres, como otros campesinos, porque eran dueños <strong>de</strong> la tierra heredada<br />

<strong>de</strong> los abuelos, tenían sus animales y herramientas <strong>de</strong> labranza. Alguna vez en el pasado<br />

recibieron créditos agrícolas y por un tiempo creyeron en la prosperidad pero luego las<br />

cosas retornaron al antiguo ritmo. Vivían margen <strong>de</strong>l espejismo <strong>de</strong> progreso que afectaba<br />

al resto <strong>de</strong>l país.<br />

--Oiga, Hipólito, <strong>de</strong>je <strong>de</strong> mirar a Evangelina --susurró Digna a su marido.<br />

--Tal vez hoy no le venga el ataque--dijo él.<br />

--Siempre le viene. Nada po<strong>de</strong>mos hacer.<br />

La familia terminó el <strong>de</strong>sayuno y se dispersó, retirando cada uno su silla. <strong>De</strong> lunes a<br />

viernes los menores caminaban hasta la escuela una media hora <strong>de</strong> marcha rápida.<br />

Cuando hacía frío la madre entregaba a cada niño una piedra calentada al fuego para<br />

que la pusiera en el bolsillo, así mantenía las manos tibias. También les daba un pan y<br />

dos terrones <strong>de</strong> azúcar. Antes, cuando repartían leche en la escuela, utilizaban el azúcar<br />

para endulzarla, pero <strong>de</strong>s<strong>de</strong> hacía algunos años la chupaban como caramelos en el<br />

recreo. Esa media hora <strong>de</strong> camino resultaba una bendición, porque volvían a casa<br />

cuando la crisis <strong>de</strong> su hermana había pasado y los peregrinos se retiraban. Pero ese día<br />

era sábado, por lo tanto estarían presentes y en la noche Jacinto mojaría la cama en la<br />

angustia <strong>de</strong> sus pesadillas. Evangelina no iba a la escuela <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que empezaron los<br />

primeros signos <strong>de</strong> su alteración. Su madre recordaba con exactitud el comienzo <strong>de</strong> la

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