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más compañía que los pingüinos y siete hombres entrenados para olvidar el <strong>amor</strong>, la<br />
castidad era obligatoria. Pero la joven estaba segura <strong>de</strong> que en el trópico la existencia <strong>de</strong>l<br />
Capitán transcurría <strong>de</strong> manera diferente. Sonrió al comprobar cuán poco le importaba<br />
todo eso y trató <strong>de</strong> recordar sin conseguirlo cuándo sintió celos <strong>de</strong> su novio por última<br />
vez.<br />
El ruido <strong>de</strong>l motor llevó a su mente una canción <strong>de</strong> la Legión Española que Gustavo<br />
Morante tarareaba a menudo:<br />
Soy un hombre a quien la suerte hirió con zarpa fiera, Soy el novio <strong>de</strong> la Muerte que<br />
estreché con brazo fuerte y su <strong>amor</strong> fue mi ban<strong>de</strong>ra.<br />
Mala i<strong>de</strong>a fue cantarla <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> Francisco, porque a partir <strong>de</strong> entonces apodó a<br />
Gustavo “el Novio <strong>de</strong> la Muerte”. Irene no se ofendió por eso. En realidad pensaba poco<br />
en el <strong>amor</strong> y no cuestionaba su larga relación con el oficial, la aceptaba como una<br />
condición natural escrita en su <strong>de</strong>stino <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la infancia. Tantas veces oyó <strong>de</strong>cir que<br />
Gustavo Morante era su pareja i<strong>de</strong>al, que acabó por creerlo sin <strong>de</strong>tenerse a juzgar sus<br />
sentimientos. Era sólido, estable, viril, firmemente plantado en su realidad. Ella se<br />
consi<strong>de</strong>raba a sí misma como un cometa navegando en el viento y, asustada <strong>de</strong> su<br />
propio motín interior, cedía a veces a la tentación <strong>de</strong> pensar en alguien que pusiera freno<br />
a sus impulsos; pero esos estados <strong>de</strong> ánimo le duraban poco. Cuando meditaba en su<br />
futuro se tornaba melancólica, por eso prefería vivir <strong>de</strong>saforada mientras le fuera posible.<br />
Para Francisco la relación <strong>de</strong> Irene con su novio era apenas la suma <strong>de</strong> dos soleda<strong>de</strong>s y<br />
<strong>de</strong> muchas ausencias. <strong>De</strong>cía que cuando tuvieran ocasión <strong>de</strong> permanecer juntos durante<br />
un tiempo, ambos compren<strong>de</strong>rían que sólo los unía la fuerza <strong>de</strong>l hábito. No había<br />
urgencia alguna en ese <strong>amor</strong>, sus encuentros eran apacibles y <strong>de</strong>masiado largas sus<br />
separaciones. Creía que en el fondo Irene <strong>de</strong>seaba prolongar ese noviazgo hasta el fin <strong>de</strong><br />
sus días, para vivir en libertad condicionada juntándose con él <strong>de</strong> vez en cuando y retozar<br />
como cachorros. Resultaba claro que el matrimonio la espantaba y por eso discurría<br />
pretextos <strong>de</strong> postergación, como si adivinara que una vez <strong>de</strong>sposada con aquel príncipe