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De amor y de muerte

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Hicieron el camino en dos etapas, porque Irene estaba aún muy débil y no soportaría<br />

tantas horas inmóvil, mareada, adolorida, pobre <strong>amor</strong> mío, has a<strong>de</strong>lgazado mucho<br />

durante las últimas semanas, perdiste el tono dorado <strong>de</strong> tus pecas al sol, pero estás tan<br />

linda como siempre, a pesar <strong>de</strong> que te cortaron tu largo pelo <strong>de</strong> reina. No sé cómo<br />

ayudarte, quisiera echarme al hombro tu sufrimiento, tus incertidumbres; maldita suerte,<br />

que nos lleva dando tumbos con el miedo prendido en las entrañas. Irene, cómo quisiera<br />

<strong>de</strong>volverte a los tiempos <strong>de</strong>spreocupados cuando paseábamos con Cleo por el cerro,<br />

cuando nos sentábamos bajo los árboles a observar la ciudad a nuestros pies, mientras<br />

bebíamos vino en la cima <strong>de</strong>l mundo sintiéndonos libres y eternos; entonces no<br />

imaginaba que hoy te llevaría por esta interminable ruta <strong>de</strong> pesadilla con todos los<br />

sentidos en ascuas, pendiente <strong>de</strong> cada ruido, viajando, sospechando. <strong>De</strong>s<strong>de</strong> el instante<br />

terrible en que esa ráfaga <strong>de</strong> balas estuvo a punto <strong>de</strong> partirte en dos, no encuentro<br />

reposo ni <strong>de</strong>spierto ni dormido, Irene, tengo que ser fuerte, enorme, invencible, para que<br />

nada pueda dañarte, para mantenerte protegida <strong>de</strong>l dolor y la violencia. Cuando te veo<br />

así, vencida por la fatiga, apoyada en el respaldo, abandonada a las sacudidas <strong>de</strong>l coche,<br />

con los ojos cerrados, una ansiedad tremenda me oprime el pecho, ansias <strong>de</strong> cuidarte,<br />

temor <strong>de</strong> per<strong>de</strong>rte, <strong>de</strong>seos <strong>de</strong> permanecer a tu lado para siempre y preservarte <strong>de</strong> todo<br />

mal, velar tu sueño, darte días felices...<br />

Al anochecer se <strong>de</strong>tuvieron en un pequeño hotel <strong>de</strong> provincia. La <strong>de</strong>bilidad <strong>de</strong> la joven,<br />

sus pasos vacilantes y ese aire <strong>de</strong> sonámbula que se le había metido en los huesos,<br />

conmovieron al gerente, quien los acompañó hasta la habitación e insistió en servirles<br />

algún alimento. Francisco quitó la ropa a Irene, acomodó los vendajes ligeros que llevaba<br />

como protección y la ayudó a acostarse. Trajeron una sopa y un vaso <strong>de</strong> vino caliente con<br />

azúcar y canela, pero ella no pudo ni mirarlos, estaba extenuada. Francisco se tendió a<br />

su lado y ella echó los brazos alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong> su cuerpo, puso la cabeza en su hombro,<br />

suspiró y <strong>de</strong> inmediato se hundió en el sueño. El no se movió, sonriendo en la oscuridad,<br />

dichoso como siempre cuando estaban juntos. Esa intimidad que compartían <strong>de</strong>s<strong>de</strong> hacía<br />

algunas semanas, seguía pareciéndole un prodigio. Conocía a esa mujer en sus más<br />

sutiles secretos, no tenían misterio para él sus ojos <strong>de</strong> humo que se volvían salvajes en el<br />

placer y se hume<strong>de</strong>cían agra<strong>de</strong>cidos al realizar el inventario <strong>de</strong> su <strong>amor</strong>, tantas veces la

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