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De amor y de muerte

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Sentía miedo por las noches, cuando en sueños se le aparecían los cuerpos lívidos <strong>de</strong> la<br />

Morgue, Javier Leal colgando como un fruto grotesco en la acacia <strong>de</strong>l parque infantil, las<br />

filas interminables <strong>de</strong> mujeres preguntando por sus <strong>de</strong>saparecidos, Evangelina Ranquileo<br />

en camisa <strong>de</strong> dormir y <strong>de</strong>scalza llamando <strong>de</strong>s<strong>de</strong> las sombras y entre tantos fantasmas<br />

ajenos veía también a su padre sumergido en pantanos <strong>de</strong> odio.<br />

--Tal vez no huyó, sino que lo mataron o está preso, como cree mi madre-- suspiró Irene.<br />

--No hay razón para que un hombre <strong>de</strong> su posición sea víctima <strong>de</strong> la policía.<br />

--La razón nada tiene que ver con mis pesadillas ni con el mundo en que vivimos.<br />

En eso estaban cuando entró Rosa anunciando que una mujer preguntaba por Irene. Su<br />

nombre era Digna Ranquileo.<br />

Digna llevaba el peso <strong>de</strong>l tiempo en la espalda y sus ojos se habían aclarado <strong>de</strong> tanto<br />

mirar el camino y esperar. Se excusó por presentarse a hora tan tardía y explicó que<br />

actuaba impulsada por la <strong>de</strong>sesperación, pues no sabía a quién acudir. Como no podía<br />

<strong>de</strong>jar solos a sus niños, le era imposible viajar durante el día, pero esa noche Mamita<br />

Encarnación ofreció acompañarlos. La buena voluntad <strong>de</strong> la comadrona le permitió tomar<br />

el autobús a la capital. Irene le dio la bienvenida, la condujo a la sala y le ofreció algo <strong>de</strong><br />

cenar, pero ella sólo aceptó una taza <strong>de</strong> té. Se sentó al bor<strong>de</strong> <strong>de</strong> la silla con los párpados<br />

bajos, estrujando contra su regazo un bolso negro muy gastado. Usaba un chal sobre los<br />

hombros y su angosta falda <strong>de</strong> lana apenas cubría las medias enrolladas a la altura <strong>de</strong> las<br />

rodillas. Eran evi<strong>de</strong>ntes sus esfuerzos por vencer la timi<strong>de</strong>z.<br />

--¿Ha sabido <strong>de</strong> Evangelina, señora?<br />

La madre negó con la cabeza y <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> una larga pausa dijo que la daba por perdida,<br />

todo el mundo sabía que buscar a los <strong>de</strong>saparecidos era tarea <strong>de</strong> nunca acabar. No<br />

venía por ella, sino por Pra<strong>de</strong>lio, el hijo mayor. Bajó la voz a un susurro casi inaudible.

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