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De amor y de muerte

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--<strong>De</strong>s<strong>de</strong> entonces nada sabemos <strong>de</strong> la niña y tampoco tenemos noticias <strong>de</strong>l Pra<strong>de</strong>lio--<br />

dijo la madre.<br />

Buscaron a Evangelina en el pueblo, recorrieron una a una las casas <strong>de</strong> los campesinos<br />

<strong>de</strong> la región, <strong>de</strong>tuvieron los autobuses en la carretera para preguntar a los choferes si la<br />

habían visto, interrogaron al pastor protestante, al párroco, al curan<strong>de</strong>ro, a la comadrona<br />

y a cuantos encontraron a su paso, pero nadie pudo darles una pista. Anduvieron por<br />

todos lados, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el río hasta la cima <strong>de</strong> los montes sin dar con ella, el viento arrastró su<br />

nombre por quebradas y caminos y al cabo <strong>de</strong> cinco días <strong>de</strong> inútil peregrinaje<br />

comprendieron que había sido tragada por la violencia. Entonces se pusieron ropa <strong>de</strong> luto<br />

y fueron a casa <strong>de</strong> los Flores a contar la triste nueva. Iban avergonzados porque en su<br />

hogar Evangelina no había conocido sino el infortunio y mejor hubiera sido para ella<br />

criarse con su verda<strong>de</strong>ra madre.<br />

--No diga eso comadre-- replicó la señora Flores--. ¿No ve que la <strong>de</strong>sgracia no perdona a<br />

nadie? Acuér<strong>de</strong>se que hace años perdí a mi marido y a mis cuatro hijos, se los llevaron<br />

me los quitaron, tal como hicieron con Evangelina. Era su <strong>de</strong>stino, comadre. No es suya<br />

la culpa sino mía, porque lleva en la sangre la mala suerte.<br />

Evangelina Flores, <strong>de</strong> quince años, fornida y saludable, escuchó a las dos mujeres <strong>de</strong> pie<br />

tras la silla <strong>de</strong> su madre adoptiva. Tenía el mismo rostro sereno y oscuro <strong>de</strong> Digna<br />

Ranquileo, sus manos cuadradas y las ca<strong>de</strong>ras amplias, pero no se sentía su hija, porque<br />

la acunaron en la infancia los brazos <strong>de</strong> la otra y sus senos la amamantaron al nacer. Sin<br />

embargo por alguna razón supo que la <strong>de</strong>saparecida era más que una hermana, era ella<br />

misma cambiada, era su vida que la otra estaba viviendo y sería su propia <strong>muerte</strong> la que<br />

Evangelina Ranquileo muriera. Tal vez en ese instante <strong>de</strong> luci<strong>de</strong>z Evangelina Flores<br />

asumió la carga que <strong>de</strong>spués la llevaría por el mundo pidiendo justicia.<br />

Todo esto compartió Digna con Irene y cuando terminó <strong>de</strong> hablar se apagaban las últimas<br />

chispas <strong>de</strong> la fogata y la noche ocupaba el horizonte. Era hora <strong>de</strong> partir. Irene Beltrán le

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