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en la piel. Trepó los últimos metros, encontró el nacimiento <strong>de</strong>l arroyo y buscó la cueva<br />
entre los matorrales, llamado a gritos a Pra<strong>de</strong>lio. Nadie respondió. El lugar estaba seco, la<br />
tierra agrietada y los arbustos cubiertos <strong>de</strong> un polvo que daba a todo el paisaje un color<br />
<strong>de</strong> arcilla vieja. Apartando unas ramas apareció el boquete <strong>de</strong> la gruta y no tuvo<br />
necesidad <strong>de</strong> entrar para saber que estaba <strong>de</strong>sierta. Recorrió los alredores sin encontrar<br />
huellas <strong>de</strong>l fugitivo y supuso que <strong>de</strong>bió partir varios días antes, porque no quedaban<br />
rastros <strong>de</strong> comida ni marcas en el suelo barrido por el viento. <strong>De</strong>ntro <strong>de</strong> la cueva halló<br />
latas vacías y unos libros <strong>de</strong> vaqueros con las páginas amarillas y sobadas, como únicos<br />
indicios <strong>de</strong> que por allí hubiera pasado alguien. Cuanto <strong>de</strong>jó el hermano <strong>de</strong> Evangelina<br />
estaba en cuidadoso or<strong>de</strong>n, como correspon<strong>de</strong> a una persona habituada a la disciplina<br />
militar. Revisó esas pobres pertenencias en busca <strong>de</strong> algún signo, algún mensaje. No<br />
había señales <strong>de</strong> violencia y <strong>de</strong>dujo que los soldados no habían dado con él; sin duda<br />
alcanzó a marcharse a tiempo, tal vez bajó al valle y procuró alejarse <strong>de</strong> la Zona o se<br />
aventuró a través <strong>de</strong> la cordillera en un intento por alcanzar la frontera.<br />
Francisco Leal se sentó en la gruta y hojeó los libros. Eran ediciones populares <strong>de</strong><br />
bolsillo, con burdas ilustraciones, adquiridas en tiendas <strong>de</strong> libros usados o en kioscos <strong>de</strong><br />
revistas.<br />
Sonrió ante el alimento intelectual <strong>de</strong> Pra<strong>de</strong>lio Ranquileo: el Llanero Solitario, Hopalong<br />
Cassidy y otros héroes <strong>de</strong>l oeste norteamericano <strong>de</strong>fensores míticos <strong>de</strong> la justicia,<br />
protectores <strong>de</strong>l <strong>de</strong>svalido contra los malvados. Recordó su conversación durante el<br />
encuentro anterior, el orgullo <strong>de</strong> ese hombre por el arma que llevaba al cinto. El revólver,<br />
los correajes, las botas, eran los mismos <strong>de</strong> los valientes <strong>de</strong> sus historietas, los<br />
elementos mágicos que pue<strong>de</strong>n convertir a un tipo insignificante en el dueño <strong>de</strong> la vida y<br />
<strong>de</strong> la <strong>muerte</strong>, que pue<strong>de</strong>n darle un lugar en este mundo. Tan importantes eran para ti,<br />
Pra<strong>de</strong>lio, que cuando te los quitaron, sólo la certeza <strong>de</strong> tu inocencia y la esperanza <strong>de</strong><br />
recuperarlos te permitieron seguir viviendo.<br />
Te hicieron creer que tenías po<strong>de</strong>r, te martillaron el cerebro con el ruido <strong>de</strong> altoparlantes<br />
en el cuartel, te lo or<strong>de</strong>naron en nombre <strong>de</strong> la patria y así te dieron tu dosis <strong>de</strong> culpa, para