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De amor y de muerte

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y salir eran sometidos a una revisión minuciosa. En medio <strong>de</strong> una confusión <strong>de</strong> terremoto<br />

les volteaban las valijas hurgando entre los trajes, los zapatos y las pelucas, metían las<br />

manos por todas partes buscando con máquinas electrónicas cualquier indicio<br />

sospechoso. Las mo<strong>de</strong>los iniciaban la jornada con cara <strong>de</strong> fastidio y pasaban las horas<br />

rezongando. Mario, el elegante y discreto peluquero siempre vestido <strong>de</strong> blanco, tenía la<br />

misión <strong>de</strong> transformarlas para cada foto. Lo secundaban dos ayudantes recién iniciados<br />

en la mariconería, que revoloteaban como luciérnagas a su alre<strong>de</strong>dor. Francisco se<br />

ocupaba <strong>de</strong> las cámaras y las películas, esforzándose por mantener la serenidad si en<br />

algún registro le velaban el rollo arruinando el trabajo <strong>de</strong>l día.<br />

Esa comparsa ambulante causaba algunos <strong>de</strong>sajustes en la disciplina <strong>de</strong> la Aca<strong>de</strong>mia,<br />

<strong>de</strong>squiciando a quienes no estaban habituados a ese espectáculo. Los soldados que no<br />

se excitaron con las reinas, lo hicieron con los ayudantes que les coqueteaban sin tregua,<br />

ante el sofoco <strong>de</strong>l maestro peluquero. Mario no tenía humor para la chabacanería y había<br />

superado hacía años cualquier ten<strong>de</strong>ncia a la promiscuidad.<br />

Pertenecía a la familia <strong>de</strong> once hijos <strong>de</strong> un minero <strong>de</strong>l carbón. Nació y creció en un pueblo<br />

gris don<strong>de</strong> el polvillo <strong>de</strong> la mina cubría cuanto había con una impalpable y mortal pátina<br />

<strong>de</strong> fealdad y se pegaba en los pulmones <strong>de</strong> los habitantes convirtiéndolos en sombras <strong>de</strong><br />

sí mismos. Estaba <strong>de</strong>stinado a seguir los pasos <strong>de</strong> su padre, su abuelo y sus hermanos,<br />

pero no sentía fuerzas para arrastrarse en las entrañas <strong>de</strong> la tierra picando la roca viva, ni<br />

para enfrentar la ru<strong>de</strong>za <strong>de</strong> los trabajos mineros. Poseía <strong>de</strong>dos <strong>de</strong>licados y un espíritu<br />

inclinado a la fantasía, que le combatieron con duras azotainas, pero esos remedios<br />

drásticos no curaron sus modales afeminados ni torcieron el rumbo <strong>de</strong> su naturaleza. El<br />

niño aprovechaba cualquier <strong>de</strong>scuido para complacerse en goces solitarios que<br />

provocaban la burla <strong>de</strong>spiadada <strong>de</strong> su medio- juntaba piedras <strong>de</strong> río para pulirlas por el<br />

placer <strong>de</strong> ver brillar sus colores; recorría el triste paisaje buscando hojas secas para<br />

arreglarlas en artísticas composiciones; se conmovía hasta las lágrimas ante una puesta<br />

<strong>de</strong> sol, <strong>de</strong>seando inmovilizarla para siempre en una frase poética o en una pintura que<br />

podía imaginar, pero se sentía incapaz <strong>de</strong> realizar. Sólo su madre aceptaba esas rarezas<br />

sin ver en ellas signos <strong>de</strong> perversión, sino la evi<strong>de</strong>ncia <strong>de</strong> un alma diferente. Para salvarlo

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