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De amor y de muerte

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a<strong>de</strong>lantos electrónicos. Era un tubo telescópico <strong>de</strong> bronce con minúsculos números<br />

pintados en la superficie, obra <strong>de</strong> artesanos <strong>de</strong>l siglo pasado. Allí sentado bajo el árbol,<br />

mirando las pare<strong>de</strong>s <strong>de</strong> ladrillo que él mismo levantara para albergar a su hijo Javier, el<br />

Profesor Leal permaneció muchas horas. Esa noche Francisco lo condujo casi a la fuerza<br />

a su cama, pero no pudo obligarlo a comer. El día siguiente fue igual. Al tercero Hilda se<br />

secó las lágrimas y reunió la fortaleza siempre presente en su interior, y se dispuso a<br />

luchar por los suyos una vez más.<br />

--Lo malo con tu padre es que no cree en el alma, Francisco. Por eso siente que ha<br />

perdido a Javier--dijo.<br />

<strong>De</strong>s<strong>de</strong> la cocina podían ver a través <strong>de</strong> la ventana al Profesor en su silla girando la regla<br />

<strong>de</strong> cálculo. Con un suspiro Hilda guardó el almuerzo en la nevera sin probarlo, llevó otra<br />

silla al patio y se sentó bajo el cerezo con las manos sobre la falda, por vez primera<br />

<strong>de</strong>s<strong>de</strong> tiempos inmemoriales sin ocuparlas en un tejido o una costura y así estuvo inmóvil<br />

durante horas. Al anochecer Francisco les suplicó que comieran algo, pero no obtuvo<br />

respuesta. Con gran dificultad los llevó a su dormitorio y los puso en la cama, don<strong>de</strong><br />

quedaron en silencio, con los ojos abiertos, <strong>de</strong>solados, como dos viejos perdidos. Los<br />

besó en la frente, apagó la luz y <strong>de</strong>seó con toda el alma que un sueño profundo les<br />

aliviara la angustia. Al levantarse a la mañana siguiente los vio instalados bajo el árbol en<br />

la misma posición, con la ropa arrugada, sin lavarse ni comer, mudos. Tuvo que echar<br />

mano <strong>de</strong> todos sus conocimientos para controlar el impulso <strong>de</strong> remecerlos. Paciente, se<br />

sentó a vigilar dispuesto a <strong>de</strong>jarlos llegar al fondo <strong>de</strong> su dolor.<br />

A media tar<strong>de</strong> el Profesor Leal levantó los ojos y miró a Hilda.<br />

--¿Qué te pasa, mujer?--preguntó con la voz cascada por cuatro días <strong>de</strong> silencio.<br />

--Lo mismo que a ti.

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