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De amor y de muerte

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altanero que <strong>de</strong> partida establecía distancia, sin embargo se dulcificaba al dirigirse a su<br />

novia. No existía otra mujer para el Capitán. <strong>De</strong>s<strong>de</strong> temprano la señaló para convertirla<br />

en su compañera, adornándola con todas las virtu<strong>de</strong>s. Para él no contaban las emociones<br />

fugaces ni las aventuras <strong>de</strong> un día, inevitables durante los largos períodos <strong>de</strong> separación<br />

cuando las exigencias <strong>de</strong> su profesión lo mantenían alejado. Ninguna otra relación <strong>de</strong>jó<br />

sedimento en su espíritu o recuerdo en su carne. Amaba a Irene <strong>de</strong>s<strong>de</strong> siempre, aun<br />

niños jugaban en casa <strong>de</strong> los abuelos <strong>de</strong>spertando juntos a las primeras inquietu<strong>de</strong>s <strong>de</strong> la<br />

pubertad. Francisco Leal temblaba al pensar en esos juegos <strong>de</strong> primos.<br />

Morante tenía el hábito <strong>de</strong> referirse a las mujeres como damas, marcando así la<br />

diferencia entre esos seres etéreos y el rudo universo masculino. En su comportamiento<br />

social empleaba modales algo ceremoniosos en el límite <strong>de</strong> la pedantería, contrastando<br />

con la forma tosca y cordial <strong>de</strong> su trato con los compañeros <strong>de</strong> armas. Su aspecto <strong>de</strong><br />

campeón <strong>de</strong> natación resultaba atrayente. La única vez que callaron las máquinas <strong>de</strong><br />

escribir <strong>de</strong>l quinto piso <strong>de</strong> la editorial, fue cuando él apareció en la sala <strong>de</strong> redacción en<br />

busca <strong>de</strong> Irene, bronceado, musculoso, soberbio. Encarnaba la esencia <strong>de</strong>l guerrero. Las<br />

periodistas, las diagramadoras, las impasibles mo<strong>de</strong>los y hasta los maricones levantaron<br />

los ojos <strong>de</strong> su trabajo y se inmovilizaron para mirarlo. Avanzó sin sonreír y con él<br />

marcharon los gran<strong>de</strong>s soldados <strong>de</strong> todos los tiempos, Alejandro, Julio César, Napoleón y<br />

las huestes <strong>de</strong> celuloi<strong>de</strong> <strong>de</strong> las películas bélicas. El aire se tensó en un hondo, <strong>de</strong>nso y<br />

caliente suspiro. Esa fue la primera vez que Francisco lo vio y muy a pesar suyo se sintió<br />

impresionado por su po<strong>de</strong>rosa estampa. <strong>De</strong> inmediato, sin embargo, lo invadió un<br />

malestar que atribuyó a su <strong>de</strong>sagrado por los militares, porque no podía admitir que<br />

fueran celos vulgares. Normalmente lo habría disimulado, porque le avergonzaban los<br />

sentimientos mezquinos, pero no pudo resistir la tentación <strong>de</strong> sembrar inquietud en el<br />

espíritu <strong>de</strong> Irene y en los meses siguientes le manifestó a menudo su opinión sobre el<br />

estado catastrófico <strong>de</strong>l país <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que las Fuerzas Armadas abandonaron sus cuarteles<br />

para usurpar el po<strong>de</strong>r. Su amiga justificaba el Golpe con los argumentos que le había<br />

dado su novio; pero Francisco rebatía alegando que la dictadura no había resuelto ningún<br />

problema, sólo agravado los existente y creados otros, pero la represión impedía conocer<br />

la verdad.

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