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De amor y de muerte

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cualquier motor. Era una bestia sin estirpe <strong>de</strong> nobleza, manchada <strong>de</strong> varios colores,<br />

here<strong>de</strong>ra <strong>de</strong> la viveza y la astucia legadas por sus antepasados bastardos. Estaba unida<br />

a su ama por una tranquila lealtad. Los tres sobre el vehículo parecían una entretención<br />

<strong>de</strong> feria, Irene con sus faldas arremolinadas, sus chales, sus flecos, su largo pelo al<br />

viento, la perra al centro y Francisco sosteniendo en equilibrio la cesta con la comida.<br />

Ese enorme parque natural, enclavado al centro <strong>de</strong> la ciudad, tenía acceso fácil, pero<br />

pocos lo frecuentaban y muchos ni siquiera percibían su existencia. Francisco se sentía<br />

dueño <strong>de</strong>l lugar y lo utilizaba cuando <strong>de</strong>seaba fotografiar paisajes: dulces colinas<br />

sedientas en verano, dorados canelos y robles salvajes don<strong>de</strong> anidaban las ardillas en<br />

otoño, vasto silencio <strong>de</strong> ramas <strong>de</strong>snudas en invierno. En primavera el parque <strong>de</strong>spertaba<br />

palpitante iluminado <strong>de</strong> mil ver<strong>de</strong>s diferentes, con racimos <strong>de</strong> insectos entre las flores,<br />

todas sus vertientes grávidas, sus raíces ansiosas, la savia rebosando las venas ocultas<br />

<strong>de</strong> la naturaleza. Cruzaban un puente sobre el arroyo y comenzaban a ascen<strong>de</strong>r por un<br />

sinuoso camino ro<strong>de</strong>ado <strong>de</strong> jardines plantados con especies exóticas. A medida que<br />

subían se enmarañaban los arbustos, se borraban los sen<strong>de</strong>ros y empezaba el<br />

<strong>de</strong>sbordamiento <strong>de</strong> los suaves abedules con las primeras hojas <strong>de</strong>l año, los macizos<br />

pinos siempre ver<strong>de</strong>s, los esbeltos eucaliptos, las hayas rojas. El calor <strong>de</strong>l mediodía<br />

evaporaba el rocío <strong>de</strong> la mañana y se <strong>de</strong>sprendía <strong>de</strong>l suelo una ligera bruma velando el<br />

paisaje. En la cumbre tenían la sensación <strong>de</strong> ser los únicos habitantes <strong>de</strong> ese sitio<br />

encantado. Conocían rincones ocultos, sabían ubicar los lugares para observar la ciudad<br />

a sus pies. A veces, cuando abajo espesaba la niebla, la base <strong>de</strong>l cerro se perdía en una<br />

firme espuma y podían imaginar que estaban en una isla ro<strong>de</strong>ados <strong>de</strong> harina. En cambio<br />

en los días claros divisaban la interminable cinta plateada <strong>de</strong>l tráfico y les llegaba el<br />

bullicio como un lejano torrente. En ciertas partes el follaje era tan tupido y tan intenso el<br />

perfume vegetal, que les producía una turbia embriaguez. Ambos ocultaban esas<br />

escapadas al cerro como un secreto precioso. Sin haberse pues todavía previamente <strong>de</strong><br />

acuerdo evitaban mencionarlo, para preservar su intimidad.<br />

Al salir <strong>de</strong> la Morgue Francisco pensó que sólo la espesa vegetación <strong>de</strong>l parque, la<br />

humedad <strong>de</strong> la tierra y la fragancia <strong>de</strong>l humus podrían distraer a su amiga <strong>de</strong>l cl<strong>amor</strong> <strong>de</strong>

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