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--No lo sé --replicó Francisco y siguieron trabajando en silencio, porque la vibración <strong>de</strong><br />
sus voces movía los andamiajes podridos.<br />
La aprensión se apo<strong>de</strong>ró <strong>de</strong> ambos. Miraban por encima <strong>de</strong>l hombro el espacio negro a<br />
sus espaldas, imaginaban ojos observándolos, sombras movedizas, susurros<br />
provenientes <strong>de</strong> las profundida<strong>de</strong>s. Oían crujir las viejas ma<strong>de</strong>ras y sentían entre sus pies<br />
las carreras furtivas <strong>de</strong> los roedores. El aire era <strong>de</strong>nso y pesado.<br />
Irene tomó una roca y la movió con todas sus fuerzas para <strong>de</strong>spren<strong>de</strong>rla. Forcejeó un<br />
poco, consiguió quitarla y rodó a sus pies, apareciendo una brecha oscura junto a la luz<br />
<strong>de</strong> la linterna. Sin pensarlo metió la mano para tantear el interior y en ese instante un grito<br />
terrible brotó <strong>de</strong> sus entrañas y sacudió la bóveda, rebotando contra las pare<strong>de</strong>s en un<br />
eco sordo y extraño que no reconoció como su propia voz. Se estrechó contra Francisco,<br />
quien la protegió arrinconándola contra el muro en el momento en que una viga se<br />
<strong>de</strong>sprendía <strong>de</strong>l techo cayendo con estrépito. Permanecieron abrazados, con los ojos<br />
cerrados, casi sin respirar por un tiempo eterno, y cuando por fin retornó el silencio y se<br />
aplacó el polvo levantado por el <strong>de</strong>rrumbe, pudieron recuperar la linterna y comprobar que<br />
la salida estaba libre. Sin soltar a Irene, Francisco dirigió la luz hacia el lugar don<strong>de</strong> había<br />
removido la roca y surgió el primer hallazgo <strong>de</strong> esa cueva llena <strong>de</strong> espantos. Era una<br />
mano humana, o más bien lo que quedaba <strong>de</strong> ella.<br />
Arrastró a la muchacha fuera <strong>de</strong> la mina y la apretó contra su pecho, obligándola a<br />
respirar a bocanadas el aire puro <strong>de</strong> la noche. Cuando la sintió algo más tranquila trajo el<br />
termo y le sirvió café. Estaba <strong>de</strong>scompuesta, muda, temblando, incapaz <strong>de</strong> sostener la<br />
taza en sus <strong>de</strong>dos. El le dio <strong>de</strong> beber como a un enfermo, le acarició el cabello, trató <strong>de</strong><br />
calmarla explicándole que habían encontrado lo que buscaban, seguramente se trataba<br />
<strong>de</strong> Evangelina Ranquileo y si bien era macabro, no encerraba amenaza alguna, se<br />
trataba sólo <strong>de</strong> un cadáver. Aunque las palabras carecían <strong>de</strong> significado para ella,<br />
<strong>de</strong>masiado impresionada para reconocerlas como su propio idioma, la ca<strong>de</strong>ncia <strong>de</strong> la voz